Para lavar el grito.

Fotografía cortesía de Fernando Guarache, circulada por WhatsApp.
El pasado 23 de enero, día en que los venezolanos celebramos la caída de la penúltima dictadura que padecimos, con grandiosas y contundentes marchas en nuestro país y alrededor del mundo, iniciamos otra gesta ciudadana en pro de la liberación de la dictadura presente.
Ahora en ciernes uno de los momentos políticos más significativos de los últimos veinte años, la esperanza en que habrá resultados se reaviva. Ese fuego que nos ha sostenido por tantos años peleando no es nuevo y se soporta en gran medida en el dolor y la indignación, la rabia y la impotencia ante la injusticia.
En mi ciudad, la marcha fue enorme. La fotografía que acompaña este post circuló por Whatsapp y fue realizada por el fotógrafo Fernando Guarache. Estuve ahí, y lo agradezco, porque he estado también, como muchos cumaneses y como muchos universitarios de mi ciudad, en momentos de dolor que no debemos olvidar. Por ello, amigos, dejo un texto escrito en el 2017, momento en que la violación de derechos humanos llevada a cabo por la dictadura de Maduro, acrisolada en los gobiernos de Chávez, se cebó en nuestros jóvenes, principalmente en nuestros estudiantes.
No olvidar hoy por qué hemos estado sistemáticamente peleando todos estos años: ha sido por barbaridades como esta:
Adriana Cabrera* - Los ojos de La CarceleraPublicado en Región, 24-05-2017, p. 6
Una amiga me contó hace años una historia que oyó de su madre, ocurrida en un pueblo de la España de posguerra. Era la historia de La Carcelera: una mujer vieja y miserable, cerrada en luto, que acompañaba a la guardia civil. Señalaba con su dedo flaco a este, aquel, a este otro; al hijo de la lechera, al panadero, a la costurera, y así iban cayendo en cárceles sin retorno, en los paredones de fusilamiento, en reclusorios clandestinos. La madre de mi amiga era enfermera y, ya a punto de jubilarse, le tocó atender la crisis hipertensiva de una anciana. Una vieja, de ojos torvos, requemada, sin parientes, pero agarrada avaramente a la vida. Bailaba los ojitos, atrapada en su miedo. La madre de mi amiga nunca supo si de morirse o de estar en ese pueblo al que debía tantas desgracias.
Quiso dar una propina por los servicios. Una moneda minúscula y reluciente que no fue aceptada. Quizá Caronte le haga pagar sus deudas.
Madrugadas de desasosiego han formado en mi mente un recuerdo imposible, pues no conocí a esta mujer sino por la historia que acabo de contar: La Carcelera, engarruñada, que condena con su dedo flaco: Daniel, Brayan, Gruseny, Paola, Kevin, Almelina, Ana, Miguel, Diego, y Jesús, Evaluz, Carlos, y este y aquel otro. El músico, el estudiante de Medicina, Ingeniería, Informática, Trabajo Social; el hijo de la secretaria, del panadero, de la profesora… Su dedo incansable señala: Tú, Tocorón, La Pica; tú pasta con mierda; tú, orín en la cara; tú, manoseo; tú, perdigonazo; tú, metra en el ojo, cabilla. Bomba al pecho, pegada a la espalda. Corazón destrozado.
Pero también tú, muérete de cáncer, hipertensión, infección, SIDA, hambre. Y el dedo sin pudor señala a este y este y este otro: hombre, mujer, viejo, niño.
El presidente ha bailado sobre nuestra sangre.
Las condenaciones no me alcanzan.
He visto a la madre del voluntario de la Cruz Verde asesinado, salir del velatorio con la bandera en la mano, encabezar una marcha. Reunida en sus destrozos. Haciendo un poder de sus entrañas rotas.
Las desgracias nos han levantado por encima del miedo y el dolor. También han despertado demonios homicidas.
¿Qué sería de este presente si se nos da una gota de respeto, democracia, de libertad?
Qué, si La Carcelera baja el dedo, si se hacen a un lado sus despojos aferrados al poder, vida empeñada a fuerza de corrupción, o miedo que ahoga, paraliza y atrapa. Si sus ojos fruncidos de preocupación, miraran a otro lado…
No sé conjurar este espanto que muta su rostro: con frecuencia, en mis visiones, tiene los ojos de Tibisay Lucena.
- Prof. Dpto. Filosofía y Letras, UDO-Sucre

¡Que viva Venezuela libre!


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Todos esperamos que así sea, que esta sea la última dictadura, que la lección este aprendida y escrita en los libros quede, será que los hombres no aprendemos con libros, que duro ha sido que aprendizaje, que cantidad de sangre derramada. Me dio escalofríos leer tus palabras y visualizar al ex nada, porque ni presidente fue bailando sobre la sangre de nuestros jóvenes, demasiado duro. A sido demasiado ver salir a familias separadas por esta situación angustiantes, que termine ya, pero que termine. Están por venir días de incertidumbre donde tendremos que seguir siendo valientes. @adncabrera
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