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Hasta que llegó este día en que no aguanté más y salté el muro que rodea la casa, escalé como pude la pared que me llevó a su ventana y aquí estoy, compartiendo el mismo espacio de esta habitación con ella. Pensé que jamás reuniría el valor para hacerlo, pero después de dos meses y cinco días observándola, siguiendo sus pasos, escudriñando su belleza, amándola en secreto como se aman los encantos que miramos de lejos porque tenemos miedo de profanar la perfección de su armonía, decidí abordarla sin rodeos porque ya era imposible detener los irrefrenables ímpetus de este deseo que solo quiere tenerla cerca.

La primera vez que la vi, ella estaba cerrando la puerta de la floristería para marcharse a su casa; quedé fascinado por su hermosura, por la sublime gracia de sus movimientos y por la seguridad con que se desenvolvía al mismo tiempo que su feminidad resplandecía con esa atrayente luz que invadió cada resquicio de mi interior. Me fui detrás de ella para transitar un sendero que se repitió casi sin variación alguna todos los días.

Al final de la calle saluda siempre a la señora de la farmacia y se detiene a conversar cinco minutos (por los retazos de ese diálogo que llegaron hasta mis oídos, supe que se llama Susana). Después entra a la panadería para comprar un dulce y un refresco y continúa su camino hasta llegar al hogar. Yo la sigo, sin que ella me vea, intentando pisar en el mismo pedazo de suelo que ella ha pisado, absorbiendo complacido la estela del perfume que va dejando atrás como un rastro inequívoco de su presencia, soñando con alcanzarla para darle el largo abrazo que sellará nuestro encuentro para toda la vida.

Una vez que entra a su casa, me quedo esperando con una inexplicable ansiedad que aparezca su silueta en la habitación izquierda del piso superior. La cortina solo me permite captar el indeciso bosquejo de su figura, pero eso basta para imaginarla despojándose de sus prendas hasta quedar por completo desnuda; entonces mi cuerpo comienza a temblar y en mi mente titila incansablemente el nombre de Susana hasta que debo marcharme apresurado de allí antes de que esa locura ardiente que me calcina los huesos me deje sin sentido en esa desolada esquina que me sirve de mirador.

Pero hoy estoy aquí adentro de su alcoba y tengo frente a mí, al alcance de mis arrebatadas intenciones, la magia de su cuerpo desnudo, la tersura de una piel que promete las más enardecidas pasiones y yo solo tengo ganas de llorar ante tanta belleza para la cual no soy digno y huyo, sin ser visto, de allí porque me abruma, se me hace insoportable, la idea de romper con la plácida quietud de ese cuerpo sublime que deja sin sentido cualquier pensamiento que pretenda deshonrarlo.

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Invito al amigo @ikwal a participar en esta edición del concurso Arte y escritura.