El sol se asoma más allá de la ventana. Mi reloj biológico me hizo despertarme poco antes del amanecer. Bueno, no es mi reloj interno sino mi paranoia y mi deseo de que lo que ocurrió anoche - y cada fin de semana o día libre que puedo escaparme- quede en secreto.

Desde hace dos meses que me veo a escondidas con la mujer que aún duerme en la cama. En su traje de cumpleaños, roncando rítmicamente, sumida en el sueño y ajena a mi partida, no reacciona a los movimientos que hago ni a la luz que invade este espacio.

Yo me entrego a lo que hacemos juntos. Cada gramo de energía, cada emoción sentida nos desgasta y nos lleva al cansancio que nos obliga a dejar este mundo de consciencia. Cuando duermo en mi propio cuarto, con mi esposa, tomo la siesta en la sala o en alguna otra parte, tengo sueños vívidos, carentes de significado que son una mezcla de cosas que están separadas por el tiempo y la distancia.

La mujer aún inconsciente, hace un movimiento que deja su cuerpo expuesto. Antes de irme, la cubro, en señal de respeto a su descanso.