Vadim odiaba a su padre. Con toda el alma, si es que de verdad tenía por haber sido hijo suyo y por albergar tal sentimiento.

Su padre no lo quería. Nunca pudo adivinar porqué, pero tan pronto asimiló que nunca podría aspirar a obtener algo de él, ni de amor filial ni monetario, empezó su descenso a la destrucción.

Mató a sus dos hermanos mayores haciendo parecer todo como un accidente. Naturalmente, todos lloraron y se lamentaron. Vadim nunca pudo fingir ninguna emoción. Él sabía que era un mal actor, pero estuvo en los funerales como muestra de respeto.

Cuando averiguó que la herencia de sus hermanos iba a ir hacia sus tíos y primos, no tardó en urdir planes de eliminación para estos.

Antes de que Grigori, el padre que nunca le dio ni una sola muestra de interés, pudiese negarse, Vadim le puso droga en su bebida durante la fiesta de año nuevo sin que nadie se diera cuenta. Para no dejar nada al azar, puso la sustancia ilícita en más copas. Una vez que terminó, corrió a arrodillarse junto a su abuelo.

Todos los hombres de la familia y algunas mujeres, perdían la compostura y decían lo que de verdad pensaban, olvidando cualquier cuidado y respeto hacia el patriarca. Grigori espetaba insultos y opiniones ulteriores bien conocidas por Vadim. El abuelo le miraba con una incredulidad que, en el fondo, dejaba entrever que algo malo iba a pasar en los días venideros.

—Ya sé de quién será el próximo funeral —pensó Vadim con felicidad—. Este será mi año.