Dos versiones de mí conviven diariamente.
Las reconozco a ambas, pero no pueden coexistir mucho tiempo.

Una insiste en seguir apegada a tu ausencia,
al dolor que legitima
mi desconexión del mundo
y la otra
que quiere abrir las ventanas
y salir volando
para ver cosas nuevas
o tal vez las mismas
sólo que sin ti.

Deambulo por las calles del pueblo
sonriendo con timidez
y llorando con más libertad apenas.

... Ya han pasado cinco años...

¿Creen que no estoy consciente de eso?

Aprendí a ver la belleza
de las flores muertas,
de la madera descompuesta
cubierta de setas.
De los cráneos desprovistos
de la piel y el pelaje que los embellece.

Siento que
el acto de vivir
de comer
de caminar
y de la movilidad
es un acto de magia
un simulacro
que la carne sostiene
de forma temporal.