Aquella mañana, la luz del sol entraba por la ventana, y allí se encontraba Yesi, tendida en la cama, desnuda, borracha, roncando como camionero, con una pierna colgando de la cama, y la dignidad tirada por algún rincón de aquel cuarto desordenado.

Junto a ella se encontraba Xavier, con el pecho lleno de pelos. Se debatía entre ir a trabajar o quedarse a preparar el desayuno que su amada no le había hecho. Con la camisa arrugada y el pantalón desabrochado, Xavier pensaba mientras miraba por la ventana. No sabía si su madre le reclamaría de nuevo por reconciliarse con Yesi o si su propio ego se lo recriminaría.

Xavier ya se preparaba para irse sin hacer ruido... hasta que escuchó que Yesi se despertó y le dijo:

—¿Te vas sin hacerme café? ¿Por qué no te asomas, si tu mamá me hizo desayuno?

Xavier suspiró. No había escapatoria. Sabía que debía quedarse a prepararle el desayuno a aquella mujer que, desde que lo conoció, solo sabe darle besos, abrazos, caricias, peleas, discusiones... nunca le ha preparado una arepa, nunca le ha lavado la ropa ni le ha dado una taza de café.

Y así, entre el sueño, el cuarto desordenado y un delicioso desayuno que él había preparado, Xavier entendió que esa mujer fue la que él eligió. Así no haga ningún tipo de oficios, así le pelee siempre, así él quiera… no podrá alejarse de su princesa que lo tiene loco.

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