El Gorrión Ambicioso y la Nube Esponjosa
En un frondoso valle vivía Pío, un pequeño gorrión con un plumaje gris modesto pero un corazón lleno de sueños de grandeza. A Pío no le bastaba con revolotear entre los árboles ni cantar al sol naciente; su mayor deseo era tocar la nube más grande y blanca que flotaba en el cielo, a la que llamaba Algodona.
Todos los días, al ver a Algodona, Pío suspiraba. "¡Qué envidia de altura! Si yo pudiera llegar tan alto, sería el gorrión más importante del valle. Todos me admirarían por mi audacia." Sus amigos, los otros gorriones, le advertían: "Pío, la felicidad está aquí, en el calor del nido y la fruta fresca. Algodona es hermosa, pero está demasiado lejos, y el aire es muy frío allí arriba." Pío, sin embargo, solo veía en sus amigos la envidia de los que no se atreven.
Un día, decidido a cumplir su ambición, Pío se despidió de todos y comenzó su ascenso. Voló con todas sus fuerzas, superando las copas de los árboles, ignorando el viento que le picaba las plumas y el cansancio que le quemaba las alas. Subió y subió, mientras el valle se hacía un pequeño parche verde y marrón bajo él.
Finalmente, agotado, llegó a Algodona. Pero la nube no era suave y cálida como imaginaba; era una masa fría y húmeda que lo empapó hasta los huesos. El viento era un rugido helado que lo azotaba sin piedad. Pío tiritaba y se dio cuenta de que su ambición lo había llevado a un lugar peligroso. Desde allí arriba, el valle parecía insignificante, y el canto de sus amigos era inaudible. Se sintió solo y miserable. Intentó cantar, pero solo un débil graznido salió de su pico.
Con sus últimas energías, Pío giró y se lanzó en picada. El descenso fue aterrador y rápido. Cayó exhausto en la rama de su árbol favorito, empapado, temblando y hambriento. Sus amigos lo rodearon de inmediato, le ofrecieron semillas y lo arroparon.
"Lo siento, amigos," gorjeó Pío débilmente. "Tenían razón. La belleza no es más valiosa que la seguridad y la amistad. No cambiaré el calor de nuestro hogar por la fría ambición nunca más."
Desde ese día, Pío siguió cantando y revoloteando en el valle, valorando cada pequeño sol y cada fruta que compartía con sus amigos. Entendió que la verdadera grandeza no está en alcanzar lo inalcanzable, sino en apreciar lo que ya se tiene.
Moraleja: No te obsesiones con lo que está fuera de tu alcance o con la ambición desmedida; la verdadera felicidad se encuentra a menudo en valorar la sencillez y la seguridad de lo que ya posees.
Escrito por THISAC