Mi peor error con el dinero
Imagen propia / F
En lo referente al dinero, he sido siempre un ser lerdo, despistado, sin esas cualidades, que en cierto modo les admiro y envidio a otros, para descifrar o intuir que, si se lleva a cabo alguna acción o movimiento específico, los recursos monetarios rendirán, se multiplicarán con muy poco esfuerzo. Es algo congénito; estoy convencido de que existen personas que nacieron con esos dones y luego, por supuesto, los perfeccionan con la práctica y los estudios. No se puede negar, por otra parte, que con interés y constancia se pueden aprender, pero nunca será igual.
Sucede también que suelo confiar demasiado en lo que me dicen mis semejantes y, si un vendedor, por ejemplo, me enumera las maravillas de un determinado producto, yo le creo, casi nunca me detengo a pensar si todo lo que dice es mentira. Por fortuna, esas actitudes han cambiado un poco con los años y por la influencia de las buenas personas que me han rodeado en todo momento, pero se trata de algo natural en mí esa tendencia a confiar en la gente que ni siquiera conozco.
Dentro de los múltiples errores que he cometido en el manejo del dinero, el que más me impactó, sin embargo, no tuvo mucho que ver con esa candorosa ingenuidad que me ha acompañado a lo largo de la existencia. Fue una estafa bien orquestada en contra de un nutrido grupo de personas que, en aquellos años finales del pasado siglo, solo aspiraba a obtener una vivienda propia. Éramos casi todos padres de familia que se ilusionaron con esa posibilidad que nos brindó una empresa que aparentaba una insobornable formalidad.
Recuerdo que el aviso para optar a un apartamento, en una buena zona de Barcelona, apareció en la prensa; en este, además de los planos y la ilustración imponente del futuro centro residencial, se especificaba la fecha y el sitio de la primera reunión. En ese primer encuentro informativo, los promotores del proyecto nos mostraron una serie de diapositivas con todos los trámites que debían realizarse, tan pronto como fuese posible, para reservar el inmueble; y vimos, por supuesto, a todo color, los modernísimos edificios, las áreas verdes, los amplios estacionamientos y un sinfín de comodidades que nos aseguraban que valía la pena invertir en aquel plan habitacional.
El dinero / F
Mi esposa y yo, que estábamos desde hace tiempo ahorrando para comprar nuestra propia casa, teníamos ya cierto capital dispuesto para una oportunidad como esta; y consideramos, después de los respectivos cálculos y evaluaciones, que podríamos reunir la cuota que se debía pagar el mes siguiente para asegurar el apartamento. Así lo hicimos, nos desprendimos de una considerable cantidad de dinero con el firme propósito de hacer realidad nuestro más importante sueño en ese momento… Al tercer mes, descubrimos con infinito desasosiego que la empresa promotora del proyecto se había esfumado. Las oficinas que tenía en un centro comercial amanecieron un día cerradas y nunca más volvieron a abrir sus puertas. Hicimos, por supuesto, todos los afectados, un severo reclamo que presentamos en las instancias gubernamentales que se ocupan de estos asuntos, pero nada pasó, nunca hubo respuesta.
Este desfalco representó para nosotros, en aquellos tiempos, un durísimo golpe para nuestras finanzas y un terrible impacto emocional, ya que se desvanecieron las ilusiones de contar con una vivienda propia, en la que tanto nosotros como nuestros dos hijos estuviésemos cómodos y disfrutando de unos espacios personales en los que impondríamos nuestro sello personal, nuestras particularidades. Esta amarga experiencia, por otra parte, nos indujo a pensar que, para una próxima oportunidad, solo invertiríamos dinero en inmuebles que ya estuviesen hechos, en obras que ya terminadas. Además, debíamos tener más cuidado, indagar con mayor atención, sobre las empresas y las personas con las que debíamos hacer negocios.
Invito a los amigos:
@dove11 y
@casv
Nota: Las imágenes pertenecientes al autor fueron tomadas con la cámara del teléfono móvil, modelo: Samsung SM-A135M.