El rincón de una casa comenzó a transformarse en un pequeño paraíso natural. Sobre una mesa de madera cálida y rústica, dos macetas robaban la atención: una con flores amarillas tan brillantes como el sol, y otra con grandes hojas verdes que reflejaban la luz tenue del lugar. Cada una aportaba su propia personalidad al ambiente, creando una atmósfera de paz y armonía.

Más allá, un pasillo acogedor conducía hacia una elegante puerta de madera. A ambos lados, plantas en macetas de distintos tamaños saludaban con sus verdes vibrantes. Algunas colgaban delicadamente desde lo alto, mientras otras se alzaban firmes y orgullosas desde el suelo, como guardianas del hogar. La madera del piso y la calidez de la iluminación se combinaban perfectamente con el verdor que las rodeaba.

Finalmente, sobre otra mesa de madera tallada con esmero, un arreglo floral multicolor capturaba miradas y suspiros. Flores blancas, rosas, moradas y rojas se entrelazaban como si danzaran juntas, demostrando que la naturaleza no solo embellece, sino que también emociona. Era el centro de atención, el corazón de ese rincón lleno de vida.

Así, cada flor, cada hoja, cada maceta colocada con intención, se convertía en un detalle que hacía del lugar no solo un espacio para estar, sino un espacio para sentirse bien. Porque no hay duda: las flores y plantas no solo decoran… transforman.

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Fotografías y texto de mi autora.