Hoy fue un día especial. Al despertarme por la tarde, el calor ardía en su máximo esplendor. De todas formas, el clima en Karachi es bastante fresco en verano, pero hoy el aire era aún más fresco. En cuanto abrí los ojos, sentí que primero era necesario tomar una taza de té, bien caliente y con leche, para que el sueño se atenúe un poco y la mente se refresque. Fue un momento de paz quedarme junto a la pared de la cocina mientras preparaba el té y sentir su aroma. Cada día que pasaba sentía que se me iba el cansancio.

Después del té, decidí que también debía tomar algo refrescante, así que fui al mercado y compré unos mangos deliciosos, dulces y jugosos. Solo verlos me hacía agua la boca, y al cogerlos en la mano, su aroma me alegraba el corazón. Al llegar a casa, preparé un batido de mango con ellos: leche fría, cubitos de hielo, un poco de azúcar y pulpa de mango… Cuando lo puse todo en la licuadora y lo licué, ¡tenía un batido cremoso y delicioso! Cuando lo serví en un vaso y di el primer sorbo, el frío me hizo olvidar el calor. El batido de mango es aún más delicioso, sobre todo si lo preparas tú mismo con mangos frescos.

Caía la tarde y el tiempo se estaba suavizando. En ese momento tenía un poco de hambre, así que pensé en preparar algo ligero. Tenía pollo sobrante en la nevera, así que lo freí con especias y luego puse mayonesa, kétchup, lechuga y el pollo frito entre las rebanadas de pan, preparando un sándwich divertido. Mientras preparaba los sándwiches, puse música suave en la cocina para que la diversión de cocinar aumentara. Cuando los sándwiches estuvieron listos, los cogí, fui al salón y me senté cómodamente a disfrutar de la noche.

Puede que esta rutina sea común, pero había paz en cada pequeño detalle. Una taza de té, un batido de mango y un sándwich hecho con mis propias manos: esos eran todos esos momentos felices del día que aliviaban el calor. Si encuentras estas pequeñas alegrías en el calor de Karachi, el día no pasará mal.

Mientras comía mi sándwich, también observaba el paisaje desde la ventana: el cielo se estaba secando, como si el sol hubiera empezado a descansar después del calor. Soplaba una brisa suave, un alivio del calor del día. En momentos así, uno se siente como si simplemente se quedara. Cada bocado del sándwich era un placer; la textura del pan crujiente y el jugoso pollo en su interior; todo se veía perfecto. También lo acompañaba un vaso de agua, fría y refrescante, que duplicaba el placer después de cada bocado.

Después de comer, me reservé un tiempo para mí. Revisé algunas fotos antiguas en mi teléfono, algunos recuerdos se refrescaron, algunas sonrisas se dibujaron en mi rostro. Entonces pensé en escribir un diario; me gusta escribir sobre mis sentimientos y pensamientos de cada día, y hoy realmente era un día que valía la pena escribir. Cuando empecé a escribir sobre la limpieza del diario, me di cuenta de la importancia de estas cosas simples en la vida humana. Una taza de té, un batido de mango, un sándwich: no son solo cosas para comer o beber, son los momentos en los que encontramos paz en nuestras vidas.

Poco a poco, la noche empezó a oscurecerse. La atmósfera de la casa también se volvió un poco más tranquila. Subí a la terraza y vi la luna: una suave bola de luz brillaba en el cielo y el viento empezaba a enfriarse. Sentado en la terraza, pensé que durante el día que había transcurrido no había trabajado, pero que cualquier cosa que hiciera, la sentía desde el corazón. Hoy pasé tiempo conmigo mismo, sin tensión, plazos ni presiones. A veces, días así son necesarios cuando vivimos solo para nosotros mismos.

Luego bajé, encendí una vela ligeramente perfumada y me acosté tranquilamente un rato con mi música suave favorita. Había silencio en la casa y la luz de la vela creaba una atmósfera de paz. La suave luz de la luna también entraba en la habitación, lo cual también era una escena conmovedora. En ese momento, solo tenía un pensamiento en mente: este día fue corto, pero me conmovió. Éstas son las pequeñas alegrías que realmente importan en la vida.

En esos momentos, cuando todo es fresco, tranquilo y se siente como propio, uno conecta consigo mismo. Tumbado en la cama, le pregunté a mi corazón: "¿Qué logré hoy?". No hubo ningún certificado, premio ni gran logro como respuesta... pero sí una sensación de felicidad, gratitud y paz. Hoy simplemente aprendí a vivir sin escapar. Soporté el calor y me preparé una taza de té, un batido de mango y un sándwich con ese calor. Cualquier otro día, estas cosas habrían sido normales, pero hoy tuvieron algo especial: hice todo esto por mí, sin ningún motivo, solo porque quería darme importancia.

En ese momento tranquilo de la noche, cuando todos dormían y todo había desaparecido, me dediqué a reflexionar. A la luz de la luna, sentí la energía dentro de mí, esa energía que se esconde en las actividades diarias. También pensé en cómo será el día mañana. ¿Volveré a estar lleno de carreras matutinas, responsabilidades y otras tareas? Pero hoy me ha enseñado que, por muy ocupado que estés, es importante dedicar tiempo a ti mismo. En una rutina como esta, cuando el sabor de algo preparado con tus propias manos te da placer, comprendes que estás viviendo la vida. Pensaba en cómo ese batido de mango, que preparé casualmente, me dio tanta frescura y felicidad. Ese sándwich, que preparé pensando que sería solo un desayuno ligero, duplicó mi disfrute vespertino. Y esa taza de té, con la que comencé el día, me puso de buen humor.

Días así no llegan siempre, pero cuando llegan, hay que disfrutarlos plenamente. Decidí que ahora, cada semana, al menos un día haré algo por mí, ya sea cocinar, caminar o simplemente escribir un diario. La verdadera diversión de la vida es encontrar paz en las cosas más pequeñas.

Era la última hora de la noche; el sueño empezaba a cederme. Cerré el diario, apagué la luz, respiré hondo y cerré los ojos. Hubo un sentimiento de gratitud en mi corazón y se desvaneció en el sueño con una nueva esperanza: la esperanza de que mañana también será luminoso, pacífico y agradable como hoy.

Y entonces, mientras pasaba la noche en mi soledad, otra pequeña alegría completó el día. Llamaron a la puerta de casa y supe que había biryani de fuera, pedido de un restaurante famoso. Cuando la caja de biryani caliente llegó a mis manos, su aroma me duplicó el hambre. Ese estilo especial de especias, el delicioso pollo tandoori y la textura perfecta del arroz: todo era increíble.

Saqué un plato, le puse raita dal y una bebida fría. El cansancio, el calor y las actividades del día se hicieron sentir al mismo tiempo. Cada bocado de biryani tenía ese sabor que solo proviene de manos especiales. A veces, preparar algo uno mismo da paz, y a veces estas comidas sorpresa hacen que el día sea memorable. Hoy ya fue un buen día, pero este biryani de anoche fue la guinda del pastel. Este último momento feliz de la noche me hizo darme cuenta de que incluso las cosas pequeñas —té, mango, sándwich, diario y, finalmente, un plato de biryani— juntas hacen la vida agradable y memorable. Y me quedé dormido sonriendo, con un gracias por los momentos sencillos pero hermosos de la vida de hoy.

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