Cuando la Palabra abriga el almasteemCreated with Sketch.

in Comunidad Latina15 days ago

Hay noches que no se olvidan, no por lo extraordinario de lo que ocurre, sino por lo profundo de lo que se siente. El 18 de julio fue una de esas. Afuera, el frío de julio apretaba sin piedad, como recordándonos la fragilidad del cuerpo. Pero adentro, algo completamente distinto sucedía. En ese salón de paredes amarillas, modesto y sencillo, comenzaba a encenderse un calor distinto: el del encuentro, el de la fe compartida, el de la Palabra de Dios que une y sostiene.

Al llegar, no hubo estruendo ni alboroto, solo saludos cálidos, miradas que decían “qué bueno que estás acá”, y un silencio sereno que hablaba más que mil palabras. Era como si todos supiéramos, sin decirlo, que algo especial iba a pasar.

Las sillas se acomodaron en semicírculo, como brazos abiertos dispuestos a abrazar. Uno de los hermanos, con voz pausada y firme, se acercó al atril con la Biblia en la mano. Ese gesto —tan cotidiano, tan cargado de sentido— fue suficiente para que el murmullo se apagara por completo. Lo escuchamos. Pero no con los oídos, sino con el corazón.

El pasaje que eligió nos hablaba de esperanza, de lucha y de fe. Palabras milenarias que, sin embargo, se sentían escritas para ese preciso momento. Algunos seguían el texto desde sus celulares, otros solo cerraban los ojos, dejando que cada palabra se asentara en lo profundo del alma. No era una clase, ni una prédica. Era un acto de comunión. Un encuentro con Dios, con nosotros mismos y con el otro.

Y es que cuando la Biblia se lee en comunidad, adquiere una fuerza distinta. No es solo letra, es guía. No es solo enseñanza, es consuelo. En medio de las rutinas, las presiones, los miedos y las dudas, ese rato de reflexión se volvió un refugio. Una pausa sagrada.

Pero el encuentro no terminó ahí. Al contrario, continuó de la forma más humana y hermosa: compartiendo la mesa. En la cocina ya se sentía el aroma del tuco caliente y los fideos recién colados. No había manjares costosos ni vajilla de gala, pero todo estaba servido con amor. Y eso, a veces, alimenta más que la propia comida.

Nos sentamos juntos. Risas, historias, anécdotas de la semana. Varios brindis con vasos de gaseosa y un sentimiento compartido: gratitud. Porque cuando uno se siente parte, todo se vuelve más liviano. Y esa noche, todos éramos parte.

En ese salón, bajo la luz cálida y el eco de conversaciones sinceras, se respiraba algo más grande. Algo que no se ve, pero que se siente. Dios estaba entre nosotros. No solo en las Escrituras, sino en los gestos, en las miradas, en el abrazo de despedida, en el “nos vemos la próxima”.

El 18 de julio de 2025 no fue una noche espectacular. No hubo fuegos artificiales ni multitudes. Pero fue, sin duda, una noche sagrada. Porque cuando la Palabra ocupa el centro, el amor al prójimo se vuelve el motor. Y entonces, lo sencillo se vuelve eterno.

Fotografía y composición escrita de mi autora.

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 14 days ago 
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