Nunca estamos del todo listos para dejar ir a quienes amamos, aunque no hablen nuestro idioma, aunque caminen en cuatro patas.
Hay despedidas que llegan sin pedir permiso, como un susurro que se vuelve grito en el corazón. Hoy nos toca despedir a un alma que fue mucho más que una mascota: fue compañía en los silencios, abrigo en los días fríos, y alegría silenciosa en los momentos más simples.

Desde el primer día que llegaste, sin hacer ruido, fuiste sembrando ternura en cada rincón. Con tu andar sereno y tus ojos llenos de calma, transformaste el jardín en un mundo compartido y la casa en un hogar aún más cálido. No hacía falta que hablaras. Tu mirada, tu forma de acercarte con esa quietud que reconfortaba, decía todo. Nos enseñaste que el amor verdadero no necesita palabras.

Solías acercarte despacito, con ese aire de sabiduría antigua, y apoyar tu cabeza en nuestras piernas como si entendieras que el contacto más simple puede sanar. Era imposible no sonreírte, no acariciarte el lomo mientras cerrabas los ojos, seguro, tranquilo, en paz. Fuiste refugio en los días tristes y cómplice en los días alegres. Estabas siempre ahí, sin pedir nada, más que un poquito de presencia.

Viviste entre hojas secas y juegos de sol, en un jardín que también fue tu reino. Olías cada flor, te recostabas donde el calor del día era más suave, y parecías saber que el tiempo se mide en momentos, no en relojes. Corrías tras alguna fruta caída o te acostabas a observar las nubes como quien lo ha entendido todo.

Y nunca estuviste solo… ni solo dejaste a nadie. Los otros animales te rodeaban con confianza. Eras paciente con ellos, con ese gatito inquieto que te usaba de montaña y tú solo lo mirabas con ternura, como si fueras el guardián de la armonía. Porque así eras: noble, sereno, profundamente bondadoso.

Hoy, el silencio se siente más hondo. El patio se ve igual, pero se percibe distinto. La casa sigue en pie, pero hay un hueco en el alma que no se ve, solo se siente. Ya no está tu presencia física, pero tu esencia quedó impregnada en cada rincón, como un perfume suave que el tiempo no borra.

Te recordaremos como lo que fuiste: un regalo. Un alma buena, un corazón peludo que nos enseñó que la fidelidad no necesita promesas y que la alegría puede encontrarse en lo más simple: una siesta al sol, una caricia inesperada, el solo hecho de estar cerca.

Gracias, querido amigo, por tu amor sin condiciones. Gracias por tu lealtad, tu dulzura, tu manera de hacer más liviana la vida. Nos dejás el alma llena de recuerdos hermosos, de instantes eternos.

Descansá en paz. Te llevamos en el corazón… siempre. 🐾❤️

Las fotografías y lo escrito son de mi autora.
xgerard.