Después del fuego lo mejo. El asadosteemCreated with Sketch.

in Comunidad Latina2 months ago

Después de un buen rato peleando con el encendedor, el viento traicionero y una bolsa de carbón que parecía tener más tierra que brasas, por fin llegó el momento más esperado: poner la carne en la parrilla. El humo empezó a subir, espeso y glorioso, como si dijera: “Señoras y señores, empieza el espectáculo”. De inmediato, los presentes comenzaron a acercarse, atraídos por ese aroma inconfundible que tiene más poder de convocatoria que una banda de rock gratis.

Habíamos traído de todo: chorizos, morcillas, costillas, panceta, pollo, y esas achuras que nadie quiere nombrar pero que todos devoran cuando ya están cocidas ("¿Esto qué es?" —"Vos comelo, después hablamos").

El hierro de la parrilla crujía con cada gota de grasa que caía y chispeaba sobre las brasas, como fuegos artificiales para carnívoros. Mientras yo me concentraba en acomodar los cortes como si fueran piezas de Tetris cárnico, mis amigos ya estaban en otra: cerveza en mano, charla animada y teorías sobre fútbol, ovnis y si los fideos vencidos realmente vencen.

Uno de ellos, el más entusiasta, decidió inflar un globo rojo para los chicos. Terminó mareado y con el globo atado a la oreja. En el fondo, la música sonaba a todo volumen: una mezcla de cumbia, rock nacional y una playlist misteriosa que alguien activó por Bluetooth sin decir nada (hasta que sonó “Aserejé” y todos sospechamos del tío).

A un costado, teníamos una mesa improvisada con todo lo que faltaba por poner: más carne, condimentos, pan, una ensalada que nadie iba a tocar y, cómo no, un cartón de jugo que alguien trajo "por si acaso", como si a alguien le diera por hidratarse en medio de tanta proteína.

Las charlas se volvían más sabrosas a medida que el olor a asado se impregnaba en la ropa, el alma y probablemente en los muebles del vecino. El hambre ya era colectiva, y las miradas a la parrilla eran tan intensas que si la carne tuviera sentimientos, se habría cocido por presión social.

Y ahí estaba yo, maestro del fuego, sacerdote de la brasa, tratando de no quemarme las pestañas mientras giraba los cortes con precisión quirúrgica (y a veces con un tenedor porque me olvidé la pinza).

No hay duda: después de prender el fuego y sobrevivir a las brasas, lo mejor es ese momento mágico… ver cómo la carne se cocina lentamente, rodeado de amigos, mientras todos esperan con paciencia (o disimulan con cerveza) esa primera mordida que siempre vale la pena.

Así es el ritual. Así se vive. Así se disfruta un verdadero asado... con humo en los ojos, pan en la mano, y una sonrisa en la cara.

Las fotografías y el texto son de mi propiedad.

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 2 months ago 

Jajajaja si es muy cierto y después de unas picaditas de ojo ya que el humo tiende a picar los ojos. Lo bueno es que las parrillas aparte de sabrosas, se cocinan rápido.

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