Entre el Mate y el Pan
No sonó ninguna alarma, pero el día empezó igual. Como siempre, el frío fue el primero en llegar: se coló por debajo de la puerta, saludó a los pies descalzos y se instaló en la casa como un invitado molesto que nadie había invitado. Entonces, sin muchas ganas pero con la nariz helada, alguien —yo— se arrastró hasta la salamandra.
Con manos torpes y medio dormidas, logré encender el fuego. La leña chisporroteó como si se quejara del madrugón, pero pronto cedió, y una llama tímida empezó a ganar terreno. De a poco, el calor volvió a ese rincón favorito donde todo parece estar bien, incluso cuando no lo está.
La pava de aluminio, vieja guerrera de todas las mañanas, fue la siguiente en entrar en escena. La puse sobre la tapa de hierro con un gesto solemne, como si estuviera preparando una ceremonia sagrada. Y en cierto modo lo era: preparar el mate no es solo hacer una bebida, es todo un acto de resistencia frente al caos del mundo moderno.
Mientras tanto, el pan —ese pan crujiente recién traído de la panadería, con olor a harina y a buenos días— fue directo al calor. Lo apoyé sobre la tapa de la salamandra, donde comenzó a dorarse con ese sonido sutil que sólo los oídos atentos captan. A esa altura, el olor a pan tostado, a leña y a hogar ya se había instalado en el ambiente… y también en el suéter, en las cortinas y probablemente en el gato, que se desperezaba sobre la silla más cercana al fuego.
Cuando la pava silbó, no fue una sorpresa, fue una declaración: ya está, vení a cebar. Preparé el mate con paciencia de monje, sin mirar el reloj y usando la bombilla de siempre, esa que está torcida de un lado pero igual funciona. El primer sorbo siempre tiene ese sabor inconfundible de las cosas que no cambian. Aunque esta vez, confieso, me olvidé de mojar la yerba y casi me atraganto con un polvo seco que ni el fuego de la salamandra podía arreglar.
Pero no importó. Afuera, el mundo seguía corriendo, con sus notificaciones y su urgencia crónica. Adentro, el pan estaba dorado justo como me gusta, el mate iba por la
Las fotografías y el texto son de mi autora.