UN ENSAYO DE EMILIO VALERO (La imagen: Mi libro "Poemas al Señor Caballero de la Muerte". Universidad del Zulia, 1999)

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Tratando de rescatar, ese acercamiento crítico a algunos de mis libros publicados hasta la fecha, me consigo con una nota escrita por el ensayista y narrador Emilio Valero, quien en vida fue un profesional de la Biología, un apasionado lector y sobre todo un prolífico escritor con una basta cultura, desde incluso muy joven. El ensayo apareció en la página literaria Signos en Rotación del diario La Verdad, excelente tribuna del arte que dirigió en un tiempo el exrector de la Universidad del Zulia y connotado historiador Dr. Ángel Lombardi.

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POEMAS AL SEÑOR CABALLEO DE LA MUERTE


I


En el contexto universal de la poesía, ha existido un factor preciso, con ese trascendental ejercicio y predominio. La muerte reposa en los manuscritos manchados de las épocas, como la fuerza que hace de equilibrio a la existencia. Pero todo es cuestión de tiempo, aquella somete finalmente el plato de balanza. Ella, como símbolo, fue impulso para generar en la tragedia griega, apropiados acomodos sobre virtuales sacudidas divinas y humanas. Acciones divididas, hasta instalar en esos actos presididos por ella, una finalidad clásica y sobria, donde Orfeo, Ariadna, Ícaro, invaden con particulares señas los territorios sembrados por la mitología.


Igualmente en los cánticos célticos invaden acciones que simplemente sustituyen la muerte de algún personaje importante, por arrogancia de héroes inmortales.


En las obras escénicas de William Shakespeare dos personajes femeninos Ofelia y Julieta ejercen influencia para vociferar una poética de la desesperación y la hecatombe humana.


Mientras el sustento espiritual de la generación romántica, alemana, francesa, inglesa, italiana, convertían también a la muerte en un estandarte, desplegado hasta territorios lejanos; los sueños representaban al lado del delirio, la exasperación, la locura, los estados emotivos donde reanimaron sus dominios los poetas y románticos. Por eso aquel fragmento de Gerard de Nerval: “Los primeros instantes del sueño son la imagen de la muerte”, es un acierto ineludible entre tanta poesía comprometida con el dolor y la angustia. César David Rincón en un ensayo verificaba esta afirmación de la siguiente manera: “La terrible y fosfórica belleza del alma romántica flota sobre la profundidad de la tristeza donde la muerte enciende las candelas de una lámpara infinita”.


En la poesía venezolana José Antonio Ramos Sucre alcanza un nivel respetable para “los tratos con la muerte” en sus libros: La Torre del Timón, El Cielo de Esmalte y Las Formas del Fuego. Con ese cuadro profundo. Inmerso en una patología, en una erudición, en la más insinuante forma enciclopédica, seguir las huellas dejadas por Ramos Sucre, simplemente es sumergirse en trabajos escritos sobre él, y su embeleso ante la muerte.


Desde el grupo Viernes surgió la inquietud por este asunto tenebroso en poetas como Ángel Miguel Queremel, Vicente Gerbasi, Luis Fernando Álvarez. Este último en toda su obra, manifiesta un apego necrófilo, con causas de origen biológico. Asignando los estudiosos de su obra acercamientos a los poetas españoles Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rafael Alberti.


Con la mejor herencia de los movimientos romántico y surrealista, irrumpe “bajo esta soledad”, un grupo literario arropándose con oscuros designios de lo inerte. Es Apocalipsis, donde Laurencio Sánchez Palomares, Hesnor Rivera y César Did Rincón son tres apasionados por consecuencias estéticas derivadas de esta situación fúnebre. Hesnor Rivera con el libro de sonetos La Muerte en Casa. César David Rincón con el libro ·Algo más que la Muerte” aparecido en “Azar Inconstante”.


II


Este perpetuo tema para la poesía recibe continuidad con el tercer libro publicado por Edixon Rosales (Poemas al Señor Caballero de la Muerte. Maracaibo, Ediluz, 1990, 88 páginas) . Los motivos a explorar en estas condiciones reveladoras, que por cierto son motivos nacidos y vividos bajo la memoria, el olvido, el misterio, la alegría, el sueño, la soledad; sencillos elementos que acompañan el devenir humano. Ellos envuelven a la muerte, o la muerte los envuelve de una manera reservada, sin estrangulamiento y sin aparecer las cercanas cumbres del padecimiento. Para lograr una igualdad reúne componentes de la naturaleza y entonces aparece la lluvia, los atardeceres, la luz, el árbol, la noche, el agua. En los 43 poemas es notable la presencia de un hilo poético dejado por la vivencia cercana, que nutre tranquilamente lo que debe llamarse un linaje personal, con todos los nombres de seres ligados a esta experiencia lírica. Por allí desfilan Milagros, Emiliano, Silvio, Enriqueta, Giomar. A cada uno les proporciona su grado de certificación en los niveles expresivos y circunstancial. Además para la unidad y ponderación del poemario, acude a una metódica amplitud obtenida con las de lecturas y suficientes influencias, que afinaron una obra con suficiente madurez.

Emilio Valero