Wordsmiths Fiction Week 5: Season 24: The Mysterious Passenger

La noche comenzaba a envolver el aeropuerto El Dorado, en Bogotá, como un manto espeso de sombras aterciopeladas. El vaivén de maletas junto al ruido que producen sus ruedas al ser arrastradas por el piso reluciente de granito, voces en diferentes idiomas, el eterno anuncio de vuelos y los llamados constantes de pasajeros que no llegaban a tiempo a su hora de embarque, formaban un murmullo constante y casi hipnótico.

Entre la multitud, él pasó casi desapercibido: alto, cabello negro, sereno, muy parecido al guapo Oneray, de traje gris claro y una maleta que parecía haber recorrido muchos lugares por siglos.

Nadie supo en qué momento cruzó la puerta de desembarque, ni por qué, al verlo, una suave corriente de aire pareció acariciar la sala.

La oficial de migración, Mariana, llevaba años en ese puesto y ya no se sorprendía de casi nada. Sin embargo, cuando tomó el pasaporte de aquel hombre, su rostro palideció.

No era la expresión amable de la imagen ni los sellos internacionales lo que llamaba la atención, sino el insólito país de procedencia impreso en una esquina del documento: Tseruf.

Mariana frunció el ceño. Tecleó rápido en su computador buscando ese extraño nombre que leía por primera vez. No encontró registros. Ningún Tseruf en Google, en mapas, ni en ningún tratado diplomático.

Pidió ayuda a sus colegas. Ellos tampoco sabían nada y sus caras de perplejidad, era evidente para todo aquel que los veía. Revisaron el pasaporte una y otra vez. Los sellos eran auténticos. Las fechas coincidían. Pero ese país… definitivamente, no existía.

— Señor, dijo Mariana, intentando no sonar nerviosa, ¿podría indicarnos dónde se encuentra Tseruf?

El hombre la miró con una serenidad que desarmaba hasta la duda. Era una de esas miradas llenas de compasión y amor por el prójimo.

— En sus mapas, no está. A pesar de ello, eso no lo hace menos real, dijo con voz profunda y serena. Vengo de un lugar donde las palabras curan, el tiempo no es un enemigo y los niños, ni los adultos, no olvidan soñar.

— ¿Y su propósito de visita?

— Alguien aquí pidió ayuda. Yo solo sigo la voz que aún cree.

Un silencio denso se apoderó de la sala, alargando los segundos como si fueran minutos.

Mariana sintió algo extraño. Un recuerdo ya olvidado. Una palabra que no había oído desde niña y que, sin embargo, él acababa de pronunciar sin que ella la dijera.

Él se sentó pacientemente. Junto a él, un niño lloraba en silencio porque su madre se había retrasado. El hombre no le habló una sola palabra, solo le sonrió y el niño dejó de llorar casi instantáneamente.

Los agentes no lograron encontrar nada falso. Nada verificable tampoco.

Decidieron retenerlo unas horas más mientras seguían investigando la procedencia de aquel personaje… pero cuando regresaron al lugar donde estaba sentado, él ya no estaba.

Solo su maleta quedó al lado del asiento.

Las alarmas se encendieron dentro de sus mentes, porque no es común que alguien deje su equipaje botado, y al no encontrarlo, decidieron abrirla para ver su contenido, y de esta manera, indagar un poco más y encontrar las respuestas que tanto habían estado buscando.

Al abrirla, encontraron una nota escrita a mano que decía:

Algunos viajeros no aterrizan con vuelos, sino con propósitos. Gracias por abrir la puerta que muchos no ven.

Desde entonces, Mariana busca cada noche en sus ratos libres en el aeropuerto, esa palabra en libros antiguos: Tseruf.

¿Será un anagrama? ¿Y si es un idioma perdido?, decía dentro de sí misma.

Aún no lo sabe. Lo único cierto es que, desde aquella noche, sonríe con más sinceridad. Y por alguna razón… los niños la miran como si la reconocieran de algún otro lugar, o tal vez, de otras vidas anteriores a esta.

¿Y tú, mi querido lector invisible?

Si un día alguien te dijera que viene de un lugar que aún no existe, ¿lo invitarías a pasar… o le cerrarías la puerta?

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