Los Desventurados Amores (y un Final de Risa) de Sonia

in GEMS4 months ago


Los Desventurados Amores (y un Final de Risa) de Sonia

Capítulo 1: El Desliz.

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Sonia, con sus 25 primaveras floreciendo y su melena oscura enmarcando unos ojos azules que parecían dos lagos alpinos, suspiró frente a la pantalla de su móvil. Otra cita online, otra esperanza depositada en un perfil cuidadosamente seleccionado. Esta vez se llamaba Ricardo, se describía como "amante de la naturaleza y los buenos vinos", y en su foto de perfil posaba con un perro adorable.

La realidad, como suele ocurrir, tenía un filtro menos favorecedor. Ricardo resultó ser más amante de la cerveza barata y los documentales sobre insectos que de los paisajes bucólicos. Y el perro adorable, según confesó a los postres (una pizza grasienta compartida a regañadientes), era de su vecina.

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La velada culminó cuando, al intentar impresionar a Sonia con un chiste sobre un caracol sin casa, Ricardo se atragantó con un trozo de aceituna y Sonia tuvo que darle la maniobra de Heimlich. No precisamente el romance que ella había imaginado. Al despedirse con un incómodo apretón de manos, Sonia pensó que quizás su príncipe azul se había perdido en la sección de "contactos" de su agenda.

Capítulo 2: La Confusión del Yoga

Sonia decidió probar algo diferente y se apuntó a clases de yoga. Pensó que un ambiente zen y relajado podría ser el escenario perfecto para encontrar a alguien con su misma vibra. Y allí estaba él: Javier, un instructor con una barba cuidada y unos ojos color miel que la miraban con una intensidad que la hacía tambalear.

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Durante la postura del guerrero, sus manos se rozaron "accidentalmente" varias veces. En la relajación final, sus esterillas quedaron misteriosamente juntas. Sonia sintió que Cupido le había lanzado una flecha en medio del chakra del corazón.

Después de clase, Javier la invitó a un té de jengibre. La conversación fluyó entre posturas imposibles y beneficios de la meditación. Sonia estaba convencida de que había encontrado a su alma gemela yogui.

La sorpresa llegó al día siguiente, cuando Sonia recibió un mensaje de Javier: "Gracias por la clase de ayer, Sonia. Mi novia, Marta, también disfrutó mucho hablando contigo sobre tu esterilla nueva. ¡Nos vemos el martes!". El chakra del corazón de Sonia se desinfló como un globo pinchado. Resulta que la intensidad de la mirada de Javier era pura concentración para no perder el equilibrio en la postura del árbol.

Capítulo 3: El Admirador Secreto (y Algo Pegajoso)

Un día, Sonia empezó a recibir pequeños regalos anónimos en su trabajo: una flor silvestre, un caramelo de fresa, una nota con un verso cursi. Sonia se sentía como la protagonista de una comedia romántica de los noventa. ¿Quién sería su admirador secreto? ¿Un compañero tímido? ¿Un cliente misterioso?

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La intriga llegó a su punto álgido cuando encontró un osito de peluche en su escritorio con una tarjeta que decía: "Tus ojos azules me tienen hechizado. ¿Cenarías conmigo el viernes?". Sonia estaba emocionada y aceptó la invitación sin dudarlo.

El viernes, en el restaurante, Sonia esperaba ansiosamente. De repente, sintió un tirón en el pelo. Se giró y vio a un niño de unos seis años con un enorme chicle rosa pegado a su coleta. El niño la miró con sus grandes ojos marrones y dijo con voz dulce: "¡Eres la chica de los ojos azules! Mi papá me dijo que te diera esto".

Detrás del niño apareció un hombre algo torpe, con restos de chicle en la camisa. Era el padre del niño, un viudo reciente que había estado intentando ligar con Sonia a través de su hijo, cual mensajero de Cupido con problemas de puntería y un exceso de goma de mascar. La cena fue, cuanto menos, peculiar, con el niño interrumpiendo constantemente para contar chistes malos y el padre intentando desesperadamente quitarse los restos de chicle de la ropa.

Capítulo 4: El Gran Gesto (Con Final Explosivo)

Carlos era diferente. Era un apasionado de la música clásica, leía poesía y la invitó a una ópera en el Teatro Real de Madrid. Sonia se sintió por fin en una cita "de verdad", elegante y sofisticada.

Carlos, en un intento de demostrar su romanticismo, decidió sorprender a Sonia al final de la ópera. Mientras los artistas saludaban al público, él se levantó de su asiento, sacó un pequeño ramo de rosas rojas y, con una voz temblorosa por los nervios, empezó a recitar un poema que había escrito para ella.

El público empezó a murmurar, algunos incluso aplaudían. Sonia se sentía entre avergonzada y halagada. Pero la cosa no terminó ahí. En el clímax del poema, cuando Carlos iba a declarar su amor eterno, tropezó con el pie de una señora mayor y cayó estrepitosamente sobre ella, haciendo volar las rosas y provocando un pequeño caos en la sala.

La señora, indignada, empezó a gritar en italiano, mientras Carlos intentaba disculparse con las mejillas rojas como las rosas esparcidas por el suelo. Sonia, entre la pena y la risa, no pudo evitar pensar que sus citas siempre tenían un toque dramático, aunque no precisamente del tipo que esperaba.

Capítulo 5: El Amor (Inesperado) en el Supermercado

Después de tantas desventuras amorosas, Sonia había llegado a la conclusión de que quizás el amor no estaba escrito para ella. Se conformaba con sus amigas, su trabajo y sus maratones de series en pijama.

Un sábado por la mañana, mientras hacía la compra en su supermercado habitual, tropezó con un carro lleno de latas de tomate. Las latas salieron rodando por el pasillo, creando un estruendo considerable.

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"¡Lo siento muchísimo!", exclamó una voz masculina. Sonia levantó la vista y se encontró con un chico moreno, algo desaliñado, con una camiseta de su grupo de música favorito y unos ojos castaños llenos de preocupación.

Mientras recogían las latas de tomate entre risas, se dieron cuenta de que vivían en el mismo barrio y que ambos eran fans acérrimos de los gatos. Empezaron a charlar sobre sus vidas, sus gustos y sus desastrosas experiencias amorosas.

Al llegar a la caja, el chico, que se llamaba Pablo, se dio cuenta de que se había dejado la cartera en casa. Sonia, sin dudarlo, se ofreció a pagarle la compra.

"¿En serio?", preguntó Pablo, con una sonrisa tímida.

"Claro", respondió Sonia. "Después de todo, gracias a tus latas de tomate, he conocido a alguien que al menos no intenta impresionarme con chistes malos ni se atraganta con aceitunas".

Pablo se rió y, mientras Sonia pagaba, le dijo: "¿Qué te parece si, como agradecimiento, te invito a un café... y te prometo que no te contaré ningún chiste sobre tomates?".

Sonia sonrió. Quizás el amor no siempre llega con flores y poemas, sino con un tropiezo inesperado en el pasillo de las conservas. Y quizás, a veces, lo más divertido del amor es precisamente lo inesperado que puede llegar a ser.