Father's Day Souvenir || Recuerdo del día del Padre [Eng/Esp]
Six days ago was Father's Day, and my heart is still full.
That Sunday dawned different. Not because of the weather, or anything in particular... but because of that special air you breathe when you feel deeply loved. As soon as I opened my eyes, I heard muffled laughter coming from the kitchen, the smell of freshly brewed coffee, and that phrase that made me smile like a child: "Don't get up yet."
When they finally let me out of the room, the scene overwhelmed me. The table was set with homemade noodles, the tablecloth laid like on special occasions, and all the faces I love most were waiting for me with a mixture of excitement and mischief. We sat down, ate amid anecdotes, jokes, and knowing glances. My daughter handed me her card with an impromptu ceremony that moved me more than I expected. My dad raised his glass of soda as if toasting with the best wine in the world. And the littlest one... ended up with salsa up to his eyebrows. It was all so simple… and so perfect.
But the afternoon still held a surprise. After dessert, someone said, "Now comes the best." They placed a heavy black box in my hands, with that intrigue that only gifts conceived with love possess. I opened it slowly... and there it was: a cordless drill, with every bit, drill bit, and accessory imaginable. Like a treasure chest full of possibilities. I laughed to myself. How could they not know that, for me, a new tool is practically a toy?
And yet, that day I didn't hang anything. I didn't fix anything. I didn't make a single hole.
That day I worked as a dad. I hugged, I listened, I let myself be loved. Because there are jobs that have no pay, no schedule... but they change your life. And sometimes, six days later, you realize that what truly screws into your soul isn't a tool... but those moments you'll never forget.
Hace seis días fue el Día del Padre, y todavía tengo el corazón lleno.
Ese domingo amaneció distinto. No por el clima, ni por algo en particular… sino por ese aire especial que se respira cuando uno se siente profundamente querido. Apenas abrí los ojos, escuché risas apagadas viniendo de la cocina, el olor a café recién hecho, y esa frase que me hizo sonreír como un nene: “No te levantes todavía”.
Cuando finalmente me dejaron salir del cuarto, la escena me desbordó. La mesa estaba servida con fideos caseros, el mantel puesto como en las grandes ocasiones, y todas las caras que más amo esperándome con una mezcla de emoción y picardía. Nos sentamos, comimos entre anécdotas, chistes y miradas cómplices. Mi hija me entregó su tarjetita con una ceremonia improvisada que me conmovió más de lo que esperaba. Mi viejo levantó su vaso de gaseosa como si brindara con el mejor vino del mundo. Y el más chiquito… terminó con salsa hasta en las cejas. Era todo tan simple… y tan perfecto.
Pero la tarde todavía guardaba una sorpresa. Después del postre, alguien dijo: “Ahora viene lo mejor”. Me pusieron en las manos una caja negra, pesada, con esa intriga que solo tienen los regalos pensados con amor. La abrí despacio… y ahí estaba: una taladradora inalámbrica, con todas las puntas, brocas, y accesorios imaginables. Como un cofre lleno de posibilidades. Me reí solo. ¿Cómo no iban a saber que, para mí, una herramienta nueva es casi un juguete?
Y sin embargo, ese día no colgué nada. No arreglé nada. No hice ni un solo agujero.
Ese día trabajé de papá. Abracé, escuché, me dejé querer. Porque hay trabajos que no tienen sueldo, ni horario… pero te cambian la vida. Y a veces, seis días después, uno se da cuenta de que lo que verdaderamente se atornilla al alma no es una herramienta… sino esos momentos que no se olvidan nunca más.