Elige una palabra, pinta una historia #21

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Carlos Arturo se encontraba lejos de la tierra donde había nacido; seis meses antes había tenido que emigrar de Venezuela y ahora se encontraba en una asoleada playa peruana, descansando un poco antes de regresar a la pensión donde residía, después de haber pasado tres semanas mar adentro, trabajando como cocinero a bordo de un barco pesquero. Cuando ya casi se quedaba dormido, una ola impertinente que le mojó los pies lo obligó a abrir lo ojos y se levantó de inmediato; fue en ese momento que observó la botella que estaba en la orilla, muy cerca de él. Era evidente que había pasado mucho tiempo dentro de las aguas y que la corriente la había arrojado hacia la costa.

La tomó, sin saber por qué, para examinarla de cerca y se dio cuenta de que adentro había un papel al que una tapa hermética de madera había mantenido casi intacto. Intentó destaparla, pero no pudo, necesitaba una herramienta más fuerte que sus arrugados dedos para lograrlo y decidió entonces llevársela a su casa, la curiosidad por descubrir qué había en el interior de la botella lo había atrapado.

Después de batallar durante varios minutos con el resistente tapón, logró extraer el amarillo trozo de papel que estaba en el interior y lo desplegó para leer un escueto mensaje que lo dejó estupefacto: "Siempre te amaré, Ana Margarita. Carlos Arturo Villanueva". Era el nombre de su madre a quien alguien que se llamaba exactamente igual a él le había enviado esa minúscula nota sentimental. Todo se volvió una confusión en su cabeza. Aquello debía ser una casualidad porque ni su padre ni su abuelo llevaban ese mismo nombre, ni tampoco sabía de alguien más en la familia que se llamara como su querida mamá; además, toda su vida y la de sus parientes había transcurrido en Venezuela, por qué se encontraba tan lejos del terruño ese extraño papel.

Una vez que lo pensó con detenimiento, decidió que aquello no tenía importancia, solo las jugarretas del azar podían propiciar esas raras curiosidades con el propósito de inquietar a los que se encuentran ausentes del lugar en que han nacido. Sin embargo, no pudo evitar la tentación de llamar a su madre para contarle aquel singular episodio de la botella. La mujer escuchó su relato casi sin pronunciar una palabra y hasta unos segundos después del final se quedó un rato en silencio; luego estalló en un sollozo que parecía un desahogo y comenzó a hilvanar su atropellada explicación:

Ana Margarita se llamaba también tu bisabuela y ese mensaje era para ella. Siempre la he recordado sentada en su sillón contándome la extravagante historia de Carlos Arturo Villanueva, el marinero andaluz que fue el amor de su vida y se marchó un día con la promesa de volver, pero jamás regresó. Todos decían que ella estaba loca porque nunca hablaba de más nada sino de ese pretendiente, pero a mí me encantaba sentarme a sus pies para escuchar su tierna y emocionada voz reviviendo esos lejanos años de su juventud.

Jamás hasta ahora hablé sobre esto con nadie porque, más tarde, llegué a pensar que la abuela me había sugestionado irremediablemente con esa historia, que de alguna manera yo también me había vuelto loca; creo que, antes de enamorarme de tu papá, lo que me atrajo de él fue su apellido, Villanueva; y cuando, después de casarnos, quedé embarazada, le rogaba a Dios que mi hijo fuera varón para llamarlo Carlos Arturo, como el apuesto español de la abuela… Ahora estoy convencida, por esa botella que te encontraste por allá, de que todo en esta vida tiene su razón de ser y que nuestro destino puede estar escrito de antemano.

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