# Una historia real (aunque comenzó con una pequeña mentira)
Estoy sentado frente a mi computador, mientras el frío intenso me envuelve y un par de melodías suaves acompañan el silencio de la noche. Afuera, la calle en la ciudad del Cusco está tranquila, casi dormida. Aquí estoy, escribiendo como si ya hubiera vivido todo en esta vida… aunque tal vez no sea así. Tal vez solo sea una forma de ordenar mis pensamientos y volver a revivirlos.
Hoy quiero compartir una de las historias más hermosas que he vivido.
Cuando todo empezó
Todo comenzó en aquellos años en los que aún estudiaba la carrera que más me apasionaba. Recuerdo las largas horas en la universidad, las caminatas al atardecer con los apuntes bajo el brazo, y esa sensación constante de que el futuro estaba lleno de posibilidades. Lo que no sabía era que esa misma carrera me llevaría, eventualmente, lejos de casa… lejos de todo lo familiar.
En mi último año, me la pasaba frente a la vieja computadora de casa. El escritorio, lleno de papeles y libros, recibía la luz cálida de una lámpara que proyectaba sombras tranquilas en la pared. Fue en esa época cuando comenzaron a hacerse populares las redes sociales. Crear un usuario y una clave abría una puerta mágica para conocer personas que, aunque parecían lejanas, a veces estaban más cerca de lo que uno imaginaba.
La pequeña mentira que lo cambió todo
Lo fascinante de ese nuevo mundo virtual era la posibilidad de decir lo que en persona jamás me habría atrevido. Era como gritar en voz baja desde una esquina sin que nadie te viera.
Así fue como, con una pequeña mentira, nació lo que nunca imaginé que se volvería tan especial.
Le escribí a una chica:
“Hola, ¿eres mi excompañera del colegio de primaria?”
Por supuesto que sabía que no lo era. Lo sabía perfectamente. Pero necesitaba una excusa para hablarle.
Ella respondió con una mezcla de duda y amabilidad:
“No… no creo que lo sea, pero dime… ¿cuál es tu nombre?”
Esa primera respuesta me desarmó. Había algo en sus palabras que se sentía acogedor, como si me hablara alguien que ya me conocía. Me presenté, nervioso y entusiasmado al mismo tiempo. Y desde ese momento comenzamos a charlar, como si hubiéramos estado esperando conocernos toda la vida.
Conversaciones que se convirtieron en algo más
Las conversaciones se fueron haciendo más frecuentes. A veces largas y profundas, otras ligeras y llenas de risas. En una de esas charlas, me confesó que al principio le parecía algo antipático… tal vez tenía razón. Quizás era mi manera torpe de intentar llamar su atención. Pero lo cierto es que no quería dejar de hablarle.
Había algo en ella que me hacía sentir cómodo, libre, como si pudiera ser yo mismo sin miedo.
Me fascinaba su forma de escribir, sus puntos suspensivos, su manera de reír usando solo letras, su ternura escondida entre frases casuales. Y yo… yo solo quería seguir leyéndola. Quería seguir escuchándola, aunque fuera a través de una pantalla.
Lo que sentí era verdadero
La verdad es que me hacía sentir como un adolescente frente al primer amor. Esperaba su mensaje, me ilusionaba con cada palabra. Incluso llegaba a soñar con ella, imaginando cómo sería su voz real, su risa en persona, sus gestos cuando hablaba.
Y aunque nuestra historia empezó con una mentira,
nada de lo que sentí después fue falso.
Gracias por leerme.
¿Alguna vez una mentira piadosa te llevó a una verdad más grande?
Déjamelo en los comentarios, te leo con gusto.
Escrito desde Cusco, una noche fría y llena de recuerdos.