Cabrini‑Green: balas, política y moralejas impresentables

in #historia15 days ago

Hubo una época, no hace tanto, en que el nombre Cabrini‑Green evocaba algo parecido a un “hazme reír” de las buenas intenciones urbanas… hasta que sabría amar las armas. El 17 de julio de 1970 un balazo interrumpió un barrio entero: un sargento y un patrullero fueron abatidos por francotiradores instalados en un décimo piso. Resultado: dos promesas policiales sesgadas por la ventana y un campo de béisbol convertido en tumba improvisada.

Esa no fue una balacera cualquiera. Fue un desplazamiento dramático en el tablero de poder: las bandas se gritaron desde los pisos, “este territorio es mío”. Y lo gritaron con plomo. La iniciativa “walk-and-talk” —estrategia de proximidad entre fuerzas y vecinos— terminó siendo un desfile con riesgo de tiro al blanco.

El episodio es demasiado perverso para rematarlo con una frase trillada. Pero hay una lección: si salir a caminar por tu barrio te convierte en objetivo, no es sólo una falla policial, es una instalación profunda de silencio y miedo; una planificación con olor a abandono. Es como empapelar una pared agrietada: no arregla la grieta, tapa el síntoma.

Acá hace falta más que “proximalidad”: hace falta presencia política auténtica. Es cinismo urbano vender el relato de inclusión mientras se ocultan las fallas estructurales. La indignación es colectiva, pero los responsables parecen ejercer un silencioso “cover-up”: protegidos por editoriales y anuncios oficiales, mientras un francotirador levanta un arma sin antecedentes mediáticos.

Así que, al gritar por justicia para Severin y Rizzato, también deberíamos exigir dirección estratégica: mejores viviendas, patrullaje con sentido humano, control de armas en alturas. Porque si en 1970 quisieron balacear la esperanza desde una ventana, hoy es el turno de disparar con soluciones hacia las fisuras que dejaron esas balas.