La imaginación del abuelo
Yo me quedo callada, como si lo escuchara en verdad con mucha atención cada vez que él abre el libro y comienza con esos relatos donde las mujeres son solo amas de casa que se comportan con una moral inquebrantable ante su marido, que se desviven porque los hijos se sientan amados y atendidos, y jamás piensan en otra cosa que no sea en los santos deberes que el hogar les impone. Desde que mis padres se fueron de este mundo por culpa de aquella terrible enfermedad que azotó al pueblo, los abuelos prometieron que se encargarían de enseñarme todo lo que le hace falta a una niña para que se convierta en una persona de bien.
Hasta hace unos dos meses todo marchaba sin contratiempos. Yo aprendía con la abuela los oficios que una dama tiene que hacer y acataba sin rechistar los severos regaños del abuelo cada vez que me reía mucho o demostraba algún desgano en las obligaciones que debía cumplir. La situación cambió, sin embargo, desde el día en que la señorita Beatriz pasó frente a nuestra casa, vestida de una forma impactantemente extraña y saludando con una voz alegre y desprejuiciada que me dejó alelada. "Ahí va la safrisca esa, y que regresó ayer de la capital, quién sabe dónde estaría metida", comentó la abuela para luego seguir embebida en sus quehaceres.
Al otro día, por pura curiosidad y sin que ellos se dieran cuenta, me fui hacia la casa de la señorita Beatriz para observarla con más detenimiento. Solo quería admirar, desde una prudencial distancia, esa manera de hablar y esos movimientos suyos tan seguros y elegantes al mismo tiempo; pero ella me vio a lo lejos y me llamó: "Ven acá preciosa, dijo, ayúdame aquí con este cortinero". Después de esa primera vez, me acostumbré a visitarla casi todos los días durante más de un mes… hasta que los abuelos se enteraron y pusieron el grito en el cielo. Me advirtieron con una reiteración desesperante sobre los inmorales modales de la señorita Beatriz, me prohibieron volverla a ver, por supuesto, y comenzaron a vigilarme de cerca para que no me alejara mucho de casa.
Por culpa de ese incidente también fue que el abuelo implantó esta costumbre de sentarme cada tarde para que escuche las ejemplares historias de las intachables damas que emergen supuestamente de su viejo libro. Y aquí estoy, callada y obediente para que él crea que le estoy prestando atención, para que piense que estoy asimilando sus aleccionadores relatos, mientras reconozco que tiene una gran imaginación porque yo sé que el abuelo es analfabeto e ignora que yo sí aprendí a leer con la señorita Beatriz y que muy pronto me iré a la capital para continuar estudiando.
Invito a la amiga @mayzapata2010 para que participe en esta edición de Arte y escritura.
Me encantó leerte. Gracias por estar. Un abrazo.
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Lo principal es que parece estar dispuesta a dar ese paso y con excelentes propósitos. Gracias por todo, amiga.
TEAM 8
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Cuando vi que el título era de sobre historias locas de un anciano enseguida me acordé de Abraham Simpson, el abuelo de Bart, Lisa y Maggie quien siempre anda contando historias que no tienen ni pies ni cabeza.
Saludos.
Este abuelo también se inventaba sus historias y hasta hacía el aguaje de que sabía leer... Gracias por su lectura y comentario, amiga. Un gran saludo.
Hola amigo muchas gracias por la invitación 😊👍 muy interesante su historia mucha suerte y bendiciones 🤗