EL PINTOR Y SU MUSA/PARTE XLIV

Al aterrizar en Madrid, conversaron sobre la importancia de la reunión que Erik tendría con su equipo de trabajo, y por supuesto, con la presencia de Emma. La emoción era palpable en el aire, conscientes de que ese encuentro marcaría un paso crucial en sus proyectos conjuntos.

Luego, fueron de compras a una tienda de ropa para mujeres y, de paso, a la de caballeros. Erik quería asegurarse de que su amada luciera como ella deseaba, aunque su belleza natural ya era indiscutible. Quería que se sintiera especial, que cada detalle reflejara su cariño y atención.

Durante el viaje en vehículo, compartieron un juego divertido: cambiarse de ropa en el interior del vehículo en marcha. Rieron a carcajadas, disfrutando de esa complicidad única que solo ellos tenían. En la intimidad de ese momento, su amor se fortalecía, siendo una pareja que se entiende y se apoya en cada gesto.

El pintor, confiando en sus empleados, delegó responsabilidades clave en ellos. Todos demostraron su interés y compromiso en hacer posible el éxito de ambas empresas, trabajando con entusiasmo y dedicación.

Más tarde, Erik y Emma llegaron al restaurante Terracota, donde degustaron unos exquisitos platillos. Ese momento estuvo lleno de buena comida, risas y la promesa de nuevos proyectos y sueños compartidos.

Una tarde colmada de conversaciones, en la que temas complejos, triviales y de profundo significado se entrelazaron en el centro de atención de estos dos enamorados.

Al terminar de almorzar, Erik tomó la mano de Emma y, con una sonrisa misteriosa, le propuso acompañarlo a un lugar que para él era mágico, un rincón que merecía ser descubierto junto a su amada. Quería hacerla sentir especial en cada instante, crear recuerdos que permanecieran en sus corazones para siempre.

Salieron del restaurante Terracota, una sorpresa que se reflejaba en el rostro de Emma, quien no podía ocultar la ansiedad por saber a qué destino los llevaría Erik. Al encontrarse con su chófer, Erik le pidió que aguardara unos minutos más, porque él quería llegar caminando, tomados de la mano, al lugar que tenía en mente.

El chófer conocía bien a su jefe y, en una ocasión tan especial como aquella, sabía que debía estar preparado para cualquier petición.

—¡No se preocupe, estaré aquí! —respondió amablemente, con una sonrisa de confianza.

Y así, caminando juntos, Emma recordó la cita pendiente con sus padres para presentarlos a Erik. Era una de esas tareas anotadas en su agenda, pero también una oportunidad para compartir un momento especial.

—¡Estoy emocionado por conocer a tu familia! —confesó Erik, con entusiasmo—. Quiero compartir mi vida con ellos. No te había contado, pero será la primera vez que tengo una cita con mis futuros suegros… ¡Disculpa! —añadió, rojo de vergüenza, porque aún no había formalizado su relación y sentía que esas palabras sonaban a promesa.

—¡No pidas disculpas, mi amor! —respondió Emma, con una sonrisa llena de paz—. Yo también estoy emocionada y nerviosa, pero sé que todo saldrá bien.

Después de unos diez minutos de caminata, llegaron al "Museo de la Felicidad". Erik quería que esa tarde fuera diferente, que revivieran su infancia, que fueran niños de nuevo, aunque solo fuera por un momento. Tal vez, en ese lugar, quedarían enmarcados en sus recuerdos como cuadros llenos de maravillas, sensaciones increíbles y la dulce mezcla de amor y ternura que los envolvía en aquel instante.

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—¡Bienvenida al Museo de la Felicidad! ¿Sabías que abrió sus puertas en septiembre de 2023? He oído hablar mucho de este lugar, y las atracciones que ofrecen son simplemente fabulosas, mi amor. —Además, cuenta con varias secciones que te invitan a un viaje completo: exploraremos su historia y su geografía, todo en busca de la felicidad—. Erik sonreía con entusiasmo al encontrarse con Emma, sabiendo que aquella tarde sería inolvidable para ambos.

—¡Mi amor, es hermoso! —exclamó Emma, con los ojos brillantes—. ¿Crees que podremos visitar todas esas áreas? Parece mucho por recorrer. —Se preocupaba, pensando en si tendrían suficiente tiempo para disfrutar de cada rincón.

El pintor, con su voz dulce y calmada, le explicó que, tras sumergirse en el mundo de la felicidad, el tiempo sería relativo. Le mencionó algunas de las salas que visitarían, como "El Risódromo", donde una máquina de risoterapia no dejaba de hacerlos reír, y otra que te daba abrazos cálidos y reconfortantes.

Y sin perder ni un minuto más, los dos enamorados comenzaron su travesía por el museo, deleitándose con escenarios que parecían sacados de un cuento infantil, diseñados especialmente para ellos. Incluso disfrutarían de un espectáculo virtual de magia que los dejaría maravillados.

En cada sala, el pintor admiraba a su amada con intensidad, grabando en su memoria cada detalle, cada sonrisa, cada gesto. Para él, estaba ante una obra maestra, invaluable y soñada. Sin necesidad de objetos materiales, ella era su tesoro, y él, el suyo. Un amor profundo, genuino, que prometía perdurar a través del tiempo.

Entre los recorridos por la historia y la geografía de la felicidad, conocieron a otros visitantes, rieron a carcajadas, y se lanzaron por un tobogán que los hizo aterrizar de una forma única y especial.

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El tiempo en el Museo de la Felicidad fue breve, apenas una hora. Pero para Emma y Erik, esa hora quedó grabada en sus corazones. Caminando tomados de la mano, intercambiando miradas cómplices y anécdotas de su infancia, llegaron al vehículo. Con la orden a su chófer, emprendieron el regreso, llevando consigo la magia de aquella tarde y la promesa de que el amor que compartían seguiría creciendo con cada día que pasara.

¡Quédate conmigo, hasta el final de esta historia llena de emociones!

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