EL PINTOR Y SU MUSA/PARTE XLV
Previamente...
Horas antes, habían acudido a almorzar en un restaurante llamado Terracota. ¡Hermoso! A los ojos de Emma, quien estaba fascinada, no dejaba de admirar el lujo del lugar donde compartirían una comida exquisita y conversaciones amenas junto al pintor. Cada rincón parecía contar una historia, y ella no podía apartar la mirada del ambiente elegante que los rodeaba.
Poco después de terminar el almuerzo, una nueva sorpresa los esperaba a ambos. Para Emma, la musa de Erik, la aventura apenas comenzaba. Decidieron visitar un famoso lugar llamado "El museo de la Felicidad". Allí, jugaron como niños de nuevo: bajaron por un tobogán, logrando un aterrizaje único y lleno de alegría. También recibieron un cariñoso gesto de la máquina de los abrazos, rieron sin parar con el risómetro y, en medio de la diversión, conocieron a otros visitantes que compartían esa misma alegría en el lugar.
Finalmente, llegaron al hotel donde estaban hospedados. Caminaron en silencio hacia su habitación, y al abrir la puerta, Erik la tomó en sus brazos con suavidad. La acostó sobre la cama, y en ese instante, sus miradas se encontraron. Erik quedó atrapado en los ojos de Emma, perdido en su sonrisa y en la risa nerviosa que afloraba al sentir su cuerpo rozándose con el suyo.
—Este día aún no termina, mi amor —susurró Erik, acercándose para dejarle un beso apasionado—. Me encantaría que descansemos, solo unos minutos, antes de prepararnos para la siguiente aventura. ¡Esta noche tendremos una cita! —añadió con una sonrisa que reflejaba su entusiasmo y amor.
Emma le devolvió la sonrisa, risueña y llena de complicidad. Entre risas y besos, sus caricias se convirtieron en invitadas privilegiadas de dos cuerpos deseosos de fundirse una vez más. Pero en ese juego de atracción, decidieron dejar solo esas ganas contenidas, reservándolas para cuando se reencontraran en la noche que les esperaba.
Erik se levantó de la cama y se dirigió a la ducha, mientras tanto, Emma tomó su teléfono y envió unos mensajes a su jefe, a sus padres, para asegurarles que estaba bien y que pronto estaría de regreso. La sensación de tranquilidad la envolvió al saber que todo estaba en orden.
Luego, Emma buscó un vestido bonito para la ocasión. Aunque en otro momento habría deseado acompañar al pintor en su ducha, se contuvo con paciencia, esperando el momento adecuado. Sabía que la espera valdría la pena, y cuando Erik estuvo listo, ella fue la siguiente en darse un baño reparador.
Con una playlist de música romántica de fondo, Erik se preparaba para la velada, dejando que las melodías llenaran el ambiente con su magia. Desde la ducha, Emma cantaba con una voz llena de dulzura, interpretando cada letra con pasión. Era como si el aire estuviera impregnado de un amor hermoso, un amor que había nacido en más de mil encuentros, en dos corazones que decidieron encontrarse, explorarse y perderse en ese cruce de miradas infinitas, en caricias eternas y en suspiros que parecían no tener fin.
Erik, el pintor, lucía una elegante camisa, pantalón y zapatos negros que combinaban a la perfección con su chaqueta gris plomo. Su peinado resaltaba su atractivo natural, mientras que su mirada, a la vez intimidante e incitante, solo parecía dirigirse a su amada, despertando en ella una emoción profunda y especial.
Por otro lado, Emma comenzaba a vestirse. Eligió un vestido que parecía fundirse con la delicadeza y el tono de su piel, adornado con pequeñas hojas bordadas en plata que capturaban suavemente la luz. Su maquillaje era sutil, pero lograba realzar aún más su belleza indiscutible, mientras su cabello llevaba un peinado delicado y sencillo.
—¿Es posible enamorarme cada día un poco más? —susurró Erik, embelesado—. Despiertas en mí una pasión tan intensa y despiadada que mis manos tiemblan de nervios. ¡Eres hermosa, mi musa! —agregó, incapaz de apartar la vista de su amada, mientras sus palabras salían cargadas de admiración y amor.
—¡Luces...! —susurró con picardía— ¡Sexi, mi vida! —respondió Emma al oído de Erik, dejando la marca de su labial cerca de su mejilla.
Ambos se tomaron de la mano y salieron de la habitación del hotel, caminando hacia el vehículo del chófer, quien esperaba dispuesto a llevarlos a su siguiente destino.
Mientras viajaban en el interior del vehículo, Erik le confesó a Emma que había estado pensando en viajar a Dublín al día siguiente. Sin embargo, esperaba su opinión para tomar la decisión definitiva, ansioso por conocer a la familia de su musa y compartir con ellos aquella historia que apenas comenzaban a escribir juntos.
—¿De verdad? Me encantaría, mi vida, pero debemos prepararnos ¡Me has tomado por sorpresa! Pensé que iríamos en unos días —dijo Emma, con una mezcla de inquietud y emoción en su voz.
—No te preocupes, amor —le respondió Erik con una sonrisa cálida—. Todo saldrá bien. Disfrutemos de esta noche. ¡Estoy seguro de que te encantará el restaurante que escogí! —agregó, besándole las manos con entusiasmo, haciendo que Emma sonriera.
La conversación fluyó con naturalidad, dejando que sus sentimientos se expresaran sin reservas. En momentos, la nostalgia de recuerdos dolorosos apareció en sus palabras, pero siempre con respeto mutuo. Así, compartían opiniones sobre diversos temas, fortaleciendo esa comunicación abierta que es lo más valioso en su relación.
—¡Hemos llegado, mi amor! —exclamó Erik, con entusiasmo—. ¡Esta es la Terraza del Indigo!
Con orgullo, Erik bajó del vehículo tomando la mano de Emma. La noche los envolvía, el cielo estrellado parecía un espectáculo reservado solo para ellos, amantes apasionados dispuestos a continuar su historia en cualquier rincón del mundo, en su mundo lleno de magia y promesas.
En pleno corazón de Madrid se encuentra una terraza que ofrece vistas espectaculares, un rincón que combina tranquilidad y encanto en un espacio pequeño, pero lleno de carácter. A pesar de su tamaño, este lugar logra cautivar con su atmósfera íntima y su belleza sencilla, convirtiéndose en un refugio perfecto para disfrutar de momentos especiales.
Erik había reservado con antelación, como es recomendable en uno de los restaurantes más visitados de la ciudad. La reserva aseguraba que su experiencia sería aún más placentera.
Al ingresar, subieron a la terraza, caminaron con calma hacia su mesa y se acomodaron. Sin tardar, un joven mesero se acercó con una sonrisa amable para atenderlos.
—¡Bienvenidos! Mi nombre es Alejandro, ¡Será un placer atenderlos!—, les dijo con respeto y cordialidad.
—Disculpe, ¿sería tan amable de recomendarnos algo? —preguntó Erik, con una sonrisa sincera—. Es nuestra primera vez aquí, y queremos llevarnos un recuerdo inolvidable, compartiendo un momento especial con la persona que amamos, admiramos y respetamos.
Alejandro, sin dudarlo, les ofreció un par de sugerencias para escoger los platillos que disfrutarían esa noche, asegurándose de que cada opción fuera una experiencia para los sentidos.
Alejandro les recomendó un tartar de salmón ahumado, preparado con sarmiento y romero, acompañado de aguacate, lima y kale frito. La otra opción era unos torreznos de Soria con patatas revolconas, perfectos para compartir, todo ello acompañado de una botella de vino rosado semi dulce que complementaba a la perfección cada bocado.
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El pintor y su musa/Parte I
El pintor y su musa/Parte II
El pintor y su musa/Parte III
El pintor y su musa/Parte IV
El pintor y su musa/Parte V
El pintor y su musa/Parte VI
El pintor y su musa/Parte VII
El pintor y su musa/Parte VIII
El pintor y su musa/Parte IX
El pintor y su musa/Parte X
El pintor y su musa/Parte XI
El pintor y su musa/Parte XII
El pintor y su musa/Parte XIII
El pintor y su musa/Parte XIV
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El pintor y su musa/Parte XXV
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El pintor y su musa/Parte XXVIII
El pintor y su musa/Parte XXIX
El pintor y su musa/Parte XXX
El pintor y su musa/Parte XXXI
El pintor y su musa/Parte XXXII
El pintor y su musa/Parte XXXIII
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El pintor y su musa/Parte XXXV
El pintor y su musa/Parte XXXVI
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El pintor y su musa/Parte XXXVIII
El pintor y su musa/Parte XXXIX
El pintor y su musa/Parte XL
El pintor y su musa/Parte XLI
El pintor y su musa/Parte XLII
El pintor y su musa/Parte XLIII
El pintor y su musa/Parte XLIV