A plena luz del día, al sol que cubría la principal arteria de la ciudad. Todas las bocinas de los vehículos sonaban a la vez, como si todos los conductores fueran soñolientos.

Aun al lado de la carretera, encontraba un heladero de coco, sentado con sus productos en la mano y su abanico de cartón en la otra, al parecer esperando a que un cliente se desmayara de calor para llegar a venderle los helados.

Frente a él, una chica madre tomando la mano de su pequeña hija de las de 6 de la tarde blanco de su jeroglífico. Deteniéndose en la esquina para que la señal indicativa de los peatones cambiara su color.

La madre le advertía que tuviera cuidado a la niña viendo la fila de camiones pesados pasando ante ellas. Al otro lado del heladero, un chico de suertudo pareciendo merodear, con el casco de su motocicleta empapado de sudor.

Todo estaba detenido por la señal de tránsito en rojo, con el motor a su lado retumbando en el aire que se volvía más húmedo. Un par de golpeadoras como si fuera tormenta de lluvias, un carro averiado a un lado de todos los semáforos, sin que nadie pudiera saber en qué dirección se apilaban.

Un uniformado de adelic como otros 20 conductores, todos empujando el carro del pobres para un lado dejando salir la explosiva onda de sonidos de sus ruedas. Y por momentos, todos en la calle veían el pequeño tremendo suceso de la colaboración.

Aunque todo pareciera estar contra ellos, el calor, el tráfico y el ajetreo; todos apoyando una lucha constante de entre cada

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