¡Lo logré!

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Uno de los momentos más especiales en esta vida ocurrió cuando nuestro hijo, Rubén Darío, se graduó de bachiller. Además de lo que significa ese logro en la evolución académica de cualquier persona que aspire a éxitos mayores, representa una orgullosa alegría tanto para el graduando como para los padres que, por supuesto, se sienten complacidos al comprobar que la dedicación y las preocupaciones por el bienestar y el progreso de sus hijos están dando los frutos esperados. Sin embargo, esta experiencia se tornó más significativa aún, debido a los problemas que surgieron al final, a lo cual se sumó el rebelde carácter de nuestro muchacho en aquellos tiempos de plena adolescencia.

La primera contrariedad fue que una asignatura le estaba quedando aplazada: Física. No sé si por herencia de su padre, a Rubén Darío le atrae sobre todo la escritura y la lectura de cuanto libro que aborde la ficción, la historia o la filosofía; las ciencias exactas, en cambio, lo descolocan sin remedio. Había aprobado a duras penas matemáticas y química, pero esa materia que estudia el movimiento de los cuerpos no le entraba por nada del mundo; y lo peor era que psicológicamente estaba predispuesto en contra de ella. Después de algunas conversaciones, de unas prácticas extras que el profesor de la materia les dio a los alumnos que estaban pasando por esa situación (nuestro hijo se negó de forma rotunda a que le pagáramos clases particulares), el día de la reparación recibimos con gran alivio la noticia de que había aprobado Física.

Una vez resuelto este percance, el siguiente contratiempo que surgió provino porque el muchacho se empeñó, con una suprema terquedad, en que no asistiría al acto de graduación. Ninguna de las razones que los padres y el resto de los familiares esgrimen en estas ocasiones para convencer a alguien de lo singular y gratificante que resultan estos eventos para el itinerario de nuestra existencia, lograban convencerlo de que estaba cometiendo un error. Como no había forma ni remedio de que cambiara de opinión, decidimos dejarlo tranquilo, no le mencionamos el tema por varios días. En las fechas previas al acto, por fortuna, salió a un paseo con sus compañeros de clase y ese encuentro sirvió para que aceptara finalmente participar en el evento formal de la graduación.

Fue un hermoso acto al que asistimos todos. Nos causaba gracia observar a Rubén Darío muy tranquilo y relajado compartiendo con los amigos; jamás nadie podría pensar en esos momentos que, hasta hace apenas unos días, estaba negado por completo a formar parte de aquella hermosa ceremonia. Y la emotividad se exacerbó cuando, una vez que recibió el título que lo acreditaba como Bachiller de la República, caminó hacia nosotros para darnos las gracias, muy emocionado, por todo lo que hacemos por él, mientras se quitaba la medalla para entregárnosla y desplegaba con indescriptible orgullo el "bendito papel", al que antes parecía no darle importancia alguna.

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Invito a los amigos:
@mr-peng,
@mayberling y
@habib3311

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_{Nota: Todas las imágenes pertenecen al autor y fueron tomadas con una cámara Sony, modelo: DSC-W180.}