A cartoon of me in ninja style || Una Caricatura de mi al estilo Ninja [Eng /Esp]

The day my sister Fátima decided to draw me, I never imagined I would end up seeing myself turned into a paper character.

First, she observed me closely, as if she wanted to memorize every detail. She picked up her pencil and, with a soft stroke, began to give me shape. I could feel how, little by little, my silhouette appeared on the page: the band on my forehead, my serious expression, my stance ready for action. At that moment, I was only a sketch, a set of gray lines barely hinting at who I would become.

As she went on, she gave me more life. My eyes gained intensity, my clothes filled with folds, and even my sandals took shape. Then came the color. I felt the black take over my hair, the blue and gold dress my body, and my yellow scarf seem to move as if the wind were caressing it. I was no longer just a simple drawing: I was ready to leap off the paper and fight if necessary.

But the best part of all was seeing how Fátima, my sister, drew with patience and care, focused on every detail, forgetting nothing. It wasn’t just a portrait—it was her way of telling me, without words, that she saw me as a hero. And even though I’m still on this paper, every time she looks at me, I know that in her imagination I’m still alive and in motion.

El día que mi hermana Fátima decidió dibujarme, no imaginé que terminaría viéndome convertido en un personaje de papel.

Primero me observó con atención, como si quisiera memorizar cada detalle. Tomó su lápiz y, con un trazo suave, comenzó a darme forma. Yo podía sentir cómo, poco a poco, mi silueta aparecía en la hoja: la cinta en mi frente, mi expresión seria, mi postura lista para la acción. En ese momento, yo solo era un boceto, un conjunto de líneas grises que apenas insinuaban quién sería.

A medida que avanzaba, me fue dando más vida. Mis ojos cobraron intensidad, mis ropas se llenaron de pliegues, y hasta mis sandalias tomaron forma. Luego, vino el color. Sentí cómo el negro se adueñaba de mi cabello, el azul y el dorado vestían mi cuerpo, y mi bufanda amarilla parecía moverse como si el viento la acariciara. Ya no era un simple dibujo: estaba listo para saltar del papel y pelear si era necesario.

Pero lo mejor de todo fue ver cómo Fátima, mi hermana, dibujaba con paciencia y cariño, concentrada en cada detalle, sin olvidar nada. No era solo un retrato: era su forma de decirme, sin palabras, que me veía como un héroe. Y, aunque sigo en este papel, cada vez que ella me mira, yo sé que en su imaginación sigo vivo y en movimiento.