Making it worthwhile|| Haciendo que valga la pena [Eng/Esp]steemCreated with Sketch.

in GEMS2 days ago

There are days to remember, and one of those was a few days ago. That morning, we woke up with a different energy, the kind that comes when you know what you're about to do has a purpose greater than yourself. It was the day of the charity sale, and our hearts beat faster amid the aromas of steaming empanadas, freshly baked pizza slices, and a homemade sponge cake decorated with colorful sprinkles like a miniature party.

With my daughter by my side—attentive, curious, excited—we set up our table in a corner of the main hallway. A white tablecloth served as a canvas for everything we had lovingly prepared. The trays overflowed with food, and on the wall, hung proudly with ribbon, was a handmade sign that spelled out the essentials: Empanadas, pizza, and sponge cake. The simple. The delicious. Ours.

With her tiny hands, she arranged the napkins with a seriousness that moved me. As I wrapped the portions, I couldn't stop looking at her. I thought about the value of those shared moments, about how love is woven into the simplest gestures. That morning, we didn't just sell food. We gave away smiles, kind words, supportive glances, and hugs among neighbors.

Every person who came took away more than just a slice: they took away a little piece of the soul of all of us who were there, united by a cause, cooking not only with our hands, but also with our hearts.

The sale was a success. Not because of the numbers—although that was also true—but because of what it meant: community, shared effort, living hope. Because when it's made with love, even pizza tastes like home.

Hay días que son para recordar y uno de esos fue hace unos días atrás. Esa mañana, nos despertamos con una energía distinta, de esas que nacen cuando sabés que lo que estás por hacer tiene un propósito más grande que vos mismo. Era el día de la venta solidaria, y el corazón latía con más fuerza entre los aromas de empanadas humeantes, porciones de pizza recién salidas del horno y un bizcochuelo casero, decorado con confites de colores como una fiesta en miniatura.

Con mi hija al lado —atenta, curiosa, entusiasmada— armamos nuestra mesa en una esquina del pasillo principal. Un mantel blanco como lienzo para todo lo que habíamos preparado con tanto cariño. Las bandejas rebosaban de comida y sobre la pared, colgado con cinta y orgullo, un cartel hecho a mano que decía lo esencial: Empanadas, pizza y bizcochuelo. Lo simple. Lo rico. Lo nuestro.

Ella, con sus manitos chiquitas, acomodaba las servilletas con una seriedad que me conmovía. Yo, mientras envolvía porciones, no podía dejar de mirarla. Pensaba en el valor de esos momentos compartidos, en cómo se teje el amor en los gestos más sencillos. Esa mañana no solo vendimos comida. Regalamos sonrisas, palabras amables, miradas de apoyo, abrazos entre vecinos.

Cada persona que se acercaba se llevaba algo más que una porción: se llevaba un pedacito del alma de todos los que estuvimos ahí, unidos por una causa, cocinando no solo con las manos, sino también con el corazón.

La venta fue un éxito. No por los números —aunque también—, sino por lo que significó: comunidad, esfuerzo compartido, esperanza viva. Porque cuando se hace con amor, hasta la pizza tiene sabor a hogar.