The tide. Polyphemus. Fears.

I am Polyphemus in a sea of excrement. I have fallen from a cliff, where the thirsty mob shouted. Throw him into the sea. I had eaten forbidden berries in some fucking garden. And although I am not a god, I am cunning enough to stay upright on the desert roads that stretch me thin.

The sea was this foul-smelling mass floating on the surface. It contaminates the skin and the marshes. How did I end up here? My head hurt. The fall must have been brutal. I had that typical taste of blood or copper on the tip of my tongue, and I paused for a moment before starting to swim. I kept myself feverishly afloat and could see the sky invaded by squawking pelicans.
I have tasted divine delicacies and delights. I have provoked the wrath of the gods. I am a jumble of ideas that merge into one body. I am strong, I have the skin of a titan.

People shout and demand blood. They want to see blood, blood, blood. Any girl can pull out a knife and slit throats. She may be wounded to the depths of her soul. I could see the rot surrounding her. Save her. Lay a club over the skull of anyone who wants to touch her.
Vacuum and cold. Ether and lightning. The sea is this yellowish tide that rests on every wave.
When did the rain start? You felt the blood staining the floor. Diluting in your hands and on fabrics. What red would you use? I can add brushstrokes of blue and cadmium. Pretend they catch me. But those are not my choices. I can step on the shore. Pull up the stones.

Place these damned ones over the pit, who feel the flesh of others as an offering. Girls and boys are sacred. That is carved by the fire of Olympus on the skin, on every bone.
Try to escape. Now I enjoy the sea that surrounds me. They can scream, throw torches from above. Nothing justifies that at any moment you can take your throat away from these strong arms.

Soy Polifemo en una marea de excrementos. He caído desde un acantilado, donde la plebe gritaba sedienta. Arrojadlo al mar. Había comido bayas prohibidas en algún puto jardín. Y aunque no llego a ser un Dios, tengo la suficiente astucia para mantenerme erguido en los caminos desérticos que me tensan las parcas.

El mar era esta masa maloliente que flotaba. Contamina la piel y los esteros. ¿Cómo he acabado aquí? Me dolía la cabeza. La caída seguramente fue brutal. Tenía una típica sensación a sangre o a cobre en la punta de lengua y dejé un rato antes de dar brazadas. Me mantenía febrilmente a flote y podía contemplar el cielo invadido por pelicanos graznando.
He tocado los manjares y las delicias divinas. Provocado la cólera de los dioses. Soy un amasijo de ideas que se funden en un cuerpo. Soy fuerte, tengo la piel de un titán.

La gente vocifera y pide sangre. Quieren ver sangre, sangre, sangre. Cualquier niña puede sacar un cuchillo y cortar gargantas. Puede estar herida desde el fondo del alma. Podría ver la podredumbre que la rodea. Salvarla. Tender un garrote sobre el cráneo de quien quiera tocarla.
Vacuo y frío. Éter y relámpagos. El mar es esta marea amarillenta que reposa en cada ola.
¿Cuándo comenzó la lluvia? Sentiste la sangre manchando el piso. Diluyéndose en las manos y en telas. ¿Qué rojo utilizarías? Puedo colocar pinceladas con azul y cadmio. Fingir que me atrapan. Pero esas no son mis elecciones. Puedo pisar la orilla. Arrancar las piedras.

Colocar sobre el foso a estos malditos, que sienten la carne ajena como una ofrenda. Las niñas y los niños son sagrados. Eso lo esculpe el fuego del olimpo en la piel, en cada hueso.
Intenta escapar. Ahora disfruto del mar que me rodea. Pueden gritar, tirar antorchas desde lo alto. Nada justifica que en algún momento puedas alejar la garganta de estos fuertes brazos.