The Gold Story Contest / Al final del arcoíris

I

Los dos hermanos llegaron a la selva con destino a la zona minera, donde muchas personas escarbaban y lavaban la tierra por aquí y por allá a lo largo de los cauces. Y cuando los jóvenes llegaron al punto de control del camino, uno de los guardias les preguntó:

• Caballeros, ¿qué van a hacer por allá adentro?

• Como casi todo el mundo: venimos a buscar oro. ¿Será que todavía queda algo del metal? -dijo el más joven.

• Creo que sí, porque casi todos los que salen de allá traen algo, unos más y otros menos. ¿Ustedes saben las condiciones?

• Bueno, si es tan amable de decirnos -agregó el otro.

• En primer lugar, es obligatorio salir por aquí mismo, por donde entraron, ya que tienen que entregar la mitad del oro que encuentren.

• Además -intervino un sujeto que sostenía una ametralladora-, los que traten de evadir esta salida con la intención de no pagar el tributo, serán localizados y puede que terminen muy mal.

• Ah, okey. Todo está claro -agregó el hermano mayor.

II

Pasaron un día caminando por la orilla del río. Notaron que a medida que avanzaban disminuía la cantidad de mineros y la vegetación se hacía más espesa.

• La lógica nos dice que, entre más nos alejemos tendremos mayor probabilidad de encontrar algún sitio interesante -comentó el más joven mientras observaba el dispositivo GPS.

• Sí. Lo mejor es adentrarnos mucho más allá.

Al segundo día de avanzar por el camino, decidieron desviarse por donde discurría un riachuelo, abriéndose paso a punta de machete. Esa misma noche el hermano mayor tuvo un sueño donde vio que un duendecillo se le acercó a la hamaca y le dijo: “Al final del arcoíris verás el oro de mayor tamaño”.

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Al despertarse en la mañana, el hombre del sueño pensó: “¿Cuál arcoíris? Por acá lo que hay es pura selva y el cielo casi ni se ve”.

Continuaron avanzando por la orilla del riachuelo hasta llegar a un lugar de rocas muy grandes, donde decidieron acampar para comenzar a buscar en la mañana siguiente.

Amaneció otra vez y los hombres se abalanzaron sobre el riachuelo, cada uno con su batea para lavar los sedimentos, y pasó muy poco tiempo cuando comenzaron a encontrar las primeras partículas de oro entre la arena negra.

• ¡Aleluya! Parece que no vamos a perder el viaje, Pablito -expresó el mayor de los hermanos.

Y a pesar de que llegó el momento en que el oro se hizo más escaso, a los hombres les fue bien durante el día.

Y al llegar la noche, mientras se bebían una tasa de té al lado de la fogata, el hermano mayor comentó:

• Malditos bandidos. Cómo es posible que exijan a los mineros la mitad de lo que sacan. ¿A cuenta de qué?

• Ellos alegan que nos proveen de seguridad.

• ¿Cuál seguridad? La seguridad de sus propias barrigas. Lo que a mí me habían dicho otros mineros es que a uno le quitaban el 40%. Debe ser porque como somos negros a nosotros nos sale más caro.

• No podemos hacer más nada, Ramón. Necesitamos reunir por lo menos unos 3 mil dólares para poder financiar la operación de nuestra madre. De lo contrario, la tumoración que tiene la va a terminar matando.

III

Al día siguiente los hermanos caminaron un tanto más allá a lo largo del riachuelo y encontraron una catarata impresionante donde se formaba un arcoíris con la neblina del chorro.

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• ¡Esto fue lo que me dijo el duende! -expresó Ramón.

• ¿De cuál duende hablas?

• Uno que me habló en un sueño y me dijo que aquí había oro del bueno.

Los jóvenes se acercaron al pie de la cascada y comenzaron a lavar los sedimentos y en cosa de una hora lograron reunir 13 pepitas del metal. Fue cuando entonces los jóvenes escucharon el rugido de un tigre, sintieron miedo y decidieron retirarse hacia el campamento.

Esa noche encendieron varias fogatas alrededor de sus hamacas; sin embargo casi no pudieron dormir. Recordaron que antes de venirse a las minas alguien les había dicho: “Deben tener cuidado por allá con un tigre al que llaman Tiburcio, que es del tamaño de un burro”.

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IV

Al día siguiente los hombres regresaron camino abajo y comentaron:

• No logro convencerme que uno tenga que entregarles a esos tipos la mitad de lo que uno se gana con el sudor de la frente.

• Bueno, Ramón, según mis cálculos, creo que nos va a quedar suficiente dinero. Lo que necesita nuestra madre es lo más importante.

• Si hubiera alguna manera de engañar a esos tipos.

• No es tan fácil. Nos han dicho que revisan todo muy bien. Incluso le acercan un detector de metales al ano de los mineros, porque algunos se esconden allí envoltorios de látex llenos de oro.

Los hermanos llegaron al punto de control y tal cual: luego de quedarse con la mitad del oro obtenido en los concentrados de las bateas, los guardias les revisaron las mochilas y les acercaron un aparato en el trasero. Pero después de todos los sacrificios, los muchachos se alejaron felices de la selva, porque habían logrado esconder las pepitas de oro por debajo de sus afros.

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_{Invitación: @aplausos, @nanidi, @samantha10}