Mi experiencia con el merengue italiano

Primero hablemos un poco sobre el merengue italiano ya que tiene un origen muy curioso. Fue creado en Italia en el siglo XIX, cuando los pasteleros buscaban una forma de conseguir un merengue más firme y que durara más tiempo. Desde entonces, ha sido uno de los favoritos en el mundo de la repostería y hoy es indispensable para quienes disfrutan como yo, de poder decorar tortas.

De los tres merengues más conocidos como lo son el francés, suizo e italiano, este último último para mi, el más rendidor y estable. Lo que más lo distingue es su resistencia y su brillo. Se prepara batiendo claras de huevo que queden al punto de nieve, mientras se añade un almíbar caliente, lo que le da una textura suave y firme al mismo tiempo. Gracias a esto, el merengue italiano se mantiene en su lugar y luce perfecto por horas, permitiendo lucir unas tortas con un decorado muy bonito.

Mi primera experiencia con el merengue italiano fue todo un reto. Lo intenté para decorar una torta, pense que estaba perfecto y ya me sentia incluso emocionada pero lamentablemente al final se derrumbó, la decoración se vino abajo, se puso muy aguado lo que me causó bastante frustración. A pesar de seguir recetas al pie de la letra, los resultados no eran los que esperaba. Ese fue apenas el comienzo de muchas batallas con este merengue.

No me rendí. Lo intenté muchas veces y cambié varias recetas, pero los errores se repetían: a veces había grasa en los utensilios, otras veces los ingredientes estaban mal pesados, o el almíbar no alcanzaba la temperatura correcta, o se me pasaba, intente con demasiadas recetas y nada, me sentia incapaz de lograrlo, perdia los ingredientes. Esa etapa estuvo llena de intentos fallidos y de mucha paciencia puesta a prueba.

Aún así con el tiempo aprendí que el secreto estaba en la limpieza de los utensilios, en pesar correctamente los ingredientes y en lograr el punto exacto del almíbar. Además, descubrí lo útil que es usar un estabilizante ácido, como el cremor tártaro o el ácido cítrico. Poco a poco fui innovando y combinando recetas hasta encontrar la forma en que el merengue quedara perfecto.

Hoy en día miro atrás y me siento orgullosa de no haberme rendido. Cada error fue una enseñanza y cada intento me acercó más a dominar el merengue italiano. Por eso quiero invitarte a que, si alguna vez fallas en la cocina, no te desanimes. Insiste, prueba, equivócate y vuelve a intentarlo, porque al final la recompensa es inmensa. Nadie nace aprendido y todos somos capaces de lograrlo.