El recuerdo que me enseño a protegerme.

_{Alcantarillas redondas}

Cada vez que salgo a la calle, al trabajo, a una diligencia, evito las alcantarillas. Algunas son rejillas, otras tapas cuadradas o redondas de hierro; algunas apenas son una lámina. Mi familia ya lo sabe, las esquivo, paso siempre por un lado, nunca por encima. No es superstición, es prudencia. He visto cómo están mal ajustadas y recuerdo historias de gente que se ha caído y se ha llevado un buen golpe. Hace poco un compañero de trabajo de mi madre pisó una de esas tapas mientras caminaba y conversaba; cayó, se raspó y terminó con una fractura en la pierna. Lo llevaron al hospital y estuvo más de seis meses internado, él es diabético y las complicaciones fueron largas.

Evitar esas trampas en el pavimento no es sólo hábito, es memoria. Cuando era niña, un 31 de diciembre, después de celebrar el Año Nuevo, iba con mi padre y pisé una alcantarilla, pasé de largo, me doblé el tobillo de una manera fea, me ensucié la ropa. Mi padre, nervioso o quizá por su estado de embriaguez, no pudo ayudarme; estuve allí, en ese lugar oscuro y maloliente, varios minutos hasta que llegó mi madre y me sacó como pudo. Los vecinos no hicieron el más mínimo esfuerzo por ayudar. Ese recuerdo quedó marcado en mí, la sensación de abandono, la vergüenza, el miedo a depender de quien no responde.

_{Alcantarillas tipo rejillas.}

Conté ese miedo una vez confiada a mi ex pareja. Él lo convirtió en juego, cada vez que pasábamos por una alcantarilla, me obligaba a pasar por encima “para quitarme el miedo”. Al principio lo tomé como broma, después comprendí que lo usaba para dañarme, para recordarme que yo podía ser manipulada. Aprendí, de la peor manera, que no debes entregar tus vulnerabilidades a cualquiera porque quien hoy parece amor puede usarlo después como arma.

Hoy camino con cuidado y con más sabiduría. Evito las tapas sueltas, sí, pero también he aprendido a elegir mejor a quien le cuento mis miedos. Cuidarse no es miedo, es respeto por uno mismo. Y si alguna vez me vuelven a preguntar por qué tomo ese camino, responderé sin vergüenza, porque la prudencia también es memoria y la memoria, una forma de amor propio.