Murciélagos Gigantes

Era un sábado por la tarde cuando Sofía y su hermano menor, Leo, fueron al zoológico con sus padres. El cielo estaba despejado, y el aire fresco hacía que el paseo fuera perfecto. Desde que Leo había leído un libro sobre animales nocturnos, estaba obsesionado con los murciélagos, especialmente con los zorros voladores, también conocidos como murciélagos gigantes.

Al llegar al zoológico, corrieron emocionados hacia la zona de animales nocturnos. Caminaban por un pasillo oscuro e iluminado con luces suaves, diseñadas para imitar la noche. Finalmente, llegaron a un enorme domo llamado "La Cueva de los Gigantes Alados".

Dentro, los árboles colgaban del techo como si fueran enredaderas, y el aire tenía un aroma dulce y húmedo. De pronto, desde las alturas, una enorme figura se descolgó lentamente… ¡era un murciélago gigante! Su cuerpo marrón y suave parecía el de un perrito peludo, pero con alas enormes como una sombrilla abierta. Leo no podía creer lo que veía.

Sofía leía los carteles informativos en voz alta:

—"Estos murciélagos pueden tener una envergadura de hasta un metro y medio… ¡más que tú, Leo!"

Los niños se acercaron al cristal. Vieron cómo uno de los murciélagos masticaba un pedazo de mango, colgado boca abajo con sus grandes garras. Otro voló cerca del techo, batiendo sus alas lentamente, como si flotara en cámara lenta.

Una cuidadora se acercó y les contó que, aunque se vean enormes, estos murciélagos son inofensivos y muy importantes para los bosques tropicales porque ayudan a dispersar semillas y polinizar flores.

Leo sonrió, fascinado.

—"Quiero ser cuidador de murciélagos cuando sea grande", dijo con seguridad.

Sofía rió, y juntos se quedaron un rato más, admirando a los misteriosos y gentiles gigantes alados.