El Hacha y YosteemCreated with Sketch.

in Comunidad Latina22 days ago

Esa mañana no había ningún plan escrito. El cielo estaba despejado y el aire fresco traía un aroma leve a pasto recién cortado. Caminé hacia el fondo del patio, sin saber exactamente por qué, y ahí estaban: los viejos troncos apilados contra la cerca, testigos silenciosos de años y estaciones. Habían sobrevivido lluvias, soles y olvidos, hasta convertirse en parte del paisaje, casi invisibles. Sin embargo, algo en mí sintió que había llegado el momento de enfrentarlos.

Fui a buscar el hacha. Pesada, firme, con el mango marcado por las manos que la habían empuñado antes que yo, y con restos de pintura roja que contaban historias de otros trabajos. La tomé, sentí su equilibrio, y apoyé la hoja contra la primera pieza de madera como si estuviera saludando a un viejo amigo antes de la faena.

Lo primero que me envolvió fue el olor: tierra húmeda mezclada con corteza reseca, hojas muertas que crujían bajo mis pies. El sol, alto y fuerte, me bañaba con una calidez que no incomodaba, sino que parecía darme un empujón invisible para comenzar. El primer golpe fue seco, y el sonido se expandió como un latido metálico que despertaba al patio.

Cada impacto era un diálogo. La madera ofrecía resistencia, y yo respondía con paciencia. El hacha se hundía poco a poco, abriendo grietas, desprendiendo astillas que caían como trozos de un pasado olvidado. No había prisa, ni máquinas, ni ruido artificial: solo el ritmo constante de mi respiración, el silbido del aire al levantar el brazo y el crujir de la fibra al ceder.

Con cada trozo que se desprendía, sentía que también soltaba algo de mí. Viejas tensiones, pensamientos dispersos, preocupaciones que no tenían lugar en ese momento. Era un ejercicio físico, sí, pero también una limpieza interna. Mis manos se endurecían, mis músculos trabajaban, pero dentro de mí se instalaba un silencio reparador.

El tiempo dejó de medirse en minutos. Solo existían el hacha, el tronco y yo. La pila de leña crecía, desigual y áspera, pero real. Cada pieza era testimonio de un esfuerzo, de un instante ganado al ruido del mundo.

Cuando por fin me detuve, el sudor me corría por la frente y mis manos temblaban levemente, no de cansancio, sino de satisfacción. Miré el resultado: no era solo madera cortada, era la confirmación de que las cosas hechas a mano, sin apuro, tienen un valor que no se compra ni se sustituye.

Guardé el hacha, sintiendo que algo en mí también había sido guardado, como un tesoro recién descubierto. Los troncos que quedaban sabían que volvería. Y yo, mientras cerraba la puerta del patio, entendí que aquel trabajo no había terminado: solo había hecho una pausa, igual que uno hace en la vida antes de volver a golpear con más fuerza, más calma y más claridad.

Las fotografías y el texto es de mi autora.

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 22 days ago 

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