La promesa de un nuevo ciclo
No todos los días uno siente que está sembrando algo más que plantas. Esta tarde, mientras las nubes cubrían el cielo con un manto tranquilo y gris, salí al jardín con una sensación difícil de explicar. No era solo por la tierra húmeda, ni por el aroma a hojas mojadas que flotaba en el aire; era algo más profundo, como si ese rincón verde de casa esperara que pasara algo. Como si yo también necesitara plantar una intención, no solo un cultivo.
Junto al muro, donde el sol de la mañana suele colarse entre las ramas, elegí el lugar. La tierra, todavía blanda por las lluvias recientes, se dejaba cavar con facilidad, como si también ella supiera que era tiempo de recibir algo nuevo. En mis manos tenía los protagonistas de esta historia: unos dientes de ajo que, desde la cocina, habían decidido seguir su camino. Habían comenzado a brotar solos, con tímidos tallos verdes asomando entre sus capas secas, desafiando el olvido y reclamando volver a sus raíces.
M
No los había planeado. Pero al verlos tan vivos, tan decididos a seguir adelante, supe que no podía ignorarlos. Así que uno a uno, con cuidado casi ritual, los fui acomodando en la tierra. Dejé espacio entre ellos, como quien deja margen a los sueños. Pensaba en lo increíble que es ese gesto tan simple: poner algo bajo tierra sin garantías, confiando en que hará su trabajo sin que uno tenga que estar vigilando cada minuto. Confiar en que la vida sabe.
A cada diente le susurré, en silencio, una pequeña esperanza. No era necesario decir nada en voz alta; la tierra ya entendía. Tal vez por eso, al terminar, la imagen que quedó me emocionó: una hilera ordenada, como soldados verdes en formación, firmes y silenciosos. No había grandilocuencia ni espectáculo. Solo la humildad del comienzo. El tipo de belleza que uno aprende a ver cuando deja de correr.
Y ahí me quedé un rato, mirando. Dejé la pala apoyada en la pared y respiré. Porque a veces sembrar no es solo cavar y plantar. A veces sembrar es recordar. Recordar que las cosas crecen sin prisa, que hay procesos que ocurren en la oscuridad, lejos de la vista, pero no por eso dejan de ser milagrosos.
Ahora el jardín guarda un secreto nuevo. Bajo esa capa de tierra oscura, hay una historia que ya empezó a escribirse, aunque aún no se vea. Lo único que me queda por hacer es cuidar, regar… y esperar.
Porque en el silencio fértil de la tierra, la vida ya está en marcha.
Y yo también.
Las fotografías y el texto son de mi autoria.
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Muy buen escrito, hermano. Se siente la sinceridad en tus palabras y el peso de lo que has vivido con esa experiencia.