Hoy me levanté casi dormido, escuchando que llamaban a mi mamá, pero como estaba en modo zombi, seguí durmiendo. Resultó que hoy me tocaba trabajar como ayudante de albañil. Mi mamá me pasó la llamada y, en un flash económico, tuve que vestirme y comer… bueno, ni tiempo para comer jeje. Cuando llegó mi amigo, aún ni me había puesto los zapatos, así que me los puse rapidito y nos fuimos.

El camino fue una odisea: yo empujando la carretilla con las herramientas y el ruido infernal que hacía parecía una alarma de terror matutina. Seguro desperté a medio vecindario, pero nadie me pidió disculpas 😆. Al llegar, el cielo ya estaba dando señales: “hoy va a llover”, y efectivamente, a los pocos minutos comenzaron a caer las primeras gotas.

Comimos un poco rápido y nos pusimos a trabajar. Me tocó colar la arena: tres carretillas por cada saco de cemento de 20 kilos, y usamos un tobo de agua (aunque no lo agregamos todo). Coloqué la arena en el suelo, la estiré y eché el cemento encima, también estirándolo bien. Luego tomamos las palas y comenzamos a mezclar la arena con el cemento, agregando medio tobo de agua y dejando que la mezcla absorbiera el agua. Después batimos todo hasta que quedó bien ligado y calidad 👌. Mientras mezclaba, me sentí como un profesor de albañilería express, enseñando a la mezcla cómo se hace bien.

Después, cargué la mezcla mientras mi amigo flizaba la pared. Básicamente lo hice trabajar sin parar mientras yo hacía de mezcla ambulante 😏. Tenía que estar atento a que la arena y el cemento no se endurecieran antes de tiempo, así que no había un segundo de descanso. Entre palada y palada, la lluvia empezaba a mojar nuestras botas y los pantalones, haciéndonos resbalar un poco, y cada tanto el viento me lanzaba arena en la cara como si el cielo mismo se burlara de mi esfuerzo. Llegamos hasta la mitad porque se acabó el cemento… tragedia cómica total, pero al menos la pared tenía un inicio prometedor, casi como si estuviera diciendo “gracias por el esfuerzo, chicos”.

Luego vino la parte de limpieza: lavar herramientas, tobos y hasta el suelo, que estaba hecho un desastre de barro y mezcla seca. Durante toda la mañana ni habíamos comido por la lluvia, así que cuando finalmente llegó la comida, fue gloria pura. Cada bocado sabía como si hubiera ganado una medalla olímpica. Antes de irme, hice un pequeño detalle que nadie más notaría: escribí “Steemit” en el cemento del suelo antes de que se secara, dejando mi huella literal en la obra 😎. Una especie de mensaje secreto para futuras generaciones de albañiles o para cualquier transeúnte curioso (lo borré jajaja).

Finalmente llegué a casa, me tiré en la cama un rato para recuperar fuerzas, me bañé y dejé que el agua caliente lavara no solo el barro, sino también toda la fatiga acumulada. Después me puse a disfrutar de mi vida vaga: puse música, me relajé y hasta hice una pequeña siesta épica, sintiendo que después de un día así, cada minuto de descanso estaba más que merecido. Fue un día de sudor, lluvia y cemento, pero también de pequeñas victorias, risas y huellas (literalmente) que quedan para la historia.