Resurrección II
Hola, gente.
Esta es la continuación de Resurrección.
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Resurrección: mal estudiante
Marcela y Aitor, el gruñón, observaban a José dando su explicación acerca de cómo utilizar las rejillas de Cardano. Con las piernas y los brazos cruzados, Marcela balanceaba el pie derecho. Aitor resoplaba y no permitía que la explicación fuese absorbida por su mente. Para ambos era molesto que algo en apariencia tan simple les costara y tuviesen que pedir ayuda a su compañero.
José tenía la paciencia de estudiar y analizar con parsimonia lo que fuera necesario antes de ponerse a hacer manos a la obra y hacer un trabajo impecable. Él no se percataba de la frustración que sentían sus compañeros y respondió al llamado cuando le pidieron su asesoría.
—La rejilla se puede poner en cuatro posiciones las cuales ocultan la mayor parte del texto dejando ver sólo el conjunto de letras del mensaje que se quiere compartir —explicaba José con calma.
Extendió sobre la mesa que lo separaba de Aitor y Marcela las hojas con texto escrito y varias cartulinas con aberturas cuadradas y rectangulares.

Fuente
—¿Por qué lo escribiste en inglés? — comentó Aitor, fastidiado.
—Así lo aprendí en línea. A la hora de hacer las cartulinas hay que tener cuidado porque las aberturas tienen que encajar con el mensaje sino sólo obtendrán jerigonza.
—Entonces, ¿son cuatro posiciones? —continuó Marcela, deseosa de aprender para continuar con sus tareas. José asintió—. ¿Hay que probar con las cuatro?
—Sí, con las cuatro. Esto era cuestión de vida o muerte.
—¿Requería de horas de práctica?
—Muchas.
Marcela siguió haciéndole preguntas relacionadas con las rejillas de cartulina y las bolas de madera que José tenía en la repisa de su oficina. Tras pedir permiso, tomó una de las bolas y la armó y la desarmó varias veces. Los tres se despidieron hasta la próxima clase y se fueron a cubrir sus respectivos trabajos.

Pergamino &
Esfera china de cifrado
Yendo y viniendo entre varios pisos, José pasó por un pasillo que creyó vacío y al bajar la velocidad por cansancio, escuchó una voz familiar.
—Eso explica porqué está tan gordo —rio Aitor mientras comía maníes.
José hizo un alto y permaneció bajo el arco que hacía de boca al largo pasillo que llevaba a un área poco visitada de su sitio de trabajo.
—Pasa tanto tiempo sentado estudiando todas las cosas de las que habla que por eso no gasta las calorías que se traga —dijo una voz femenina que acompañaba a la de Aitor.
José sabía que no era Marcela quien le respondía. Escuchó con cuidado y notó odio mezclado con fastidio en la voz de Aitor.
—Lo bueno es que aparte de sabihondo, tiene una apariencia de santurrón que no se la quita nadie. No se va a atrever a hacer nada para vengarse.
A la hora de salida, José bajó con cuidado las escaleras. En un momento, por alguna razón, su mirada se desvió hacia la fuente junto a una de las ventanas y se le ocurrió una idea.
José compró semillas de soja, un kilo de limones y cinco papas grandes. Una vez en su casa, le sacó el jugo a estos productos a la vez que bebió mucha agua. Demasiada. Colocó cada líquido en una frasco y las usó para escribir en hojas.
La semana siguiente, las llevó a la oficina y le dio una mitad a Marcela y la otra a Aitor. Las hojas, en apariencia vacías, tenían citas de libros.
—Lo que tienen que hacer es averiguar si hay o no algo en las hojas y, si lo hay, con qué esta hecho.
Marcela, revisó de forma minuciosa cada pliego. Aitor, para más gusto de José, acercaba su nariz al papel.