Nuestro estado emocional pasajero no debe ser el único punto de pivote de las decisiones importantes que involucran aquellas cosas que nos importan más. De hecho, el miedo y el deseo son instancias de la delusión y consecuentemente nos engañan, haciéndonos creer que Podemos controlar las cosas o que estas pueden eventualmente trascender su impermanencia. Pero discernir entre los valore motivadores y la emoción es un problema bastante difuso. Sin embargo, es algo a los que nos enfrentamos toda vez que extraemos significado precisamente al construir nuestros ideales y asignarle valor a nuestras relaciones.
De esta manera, suele parecer más fácil intentar comprender a los demás, antes de mirarnos a nosotros mismos. Es esta necesidad de significado, de crearlo a partir de algo. Nos resulta difícil no interpretar a los otros y es imposible hacerlo sin proyectar nuestras propias construcciones y esquemas mentales en el camino. El tema es que, en ese escenario de mirar a los demás, se tiende a desvanecer la delgada línea entre los estados afectivos cómo reacción y los estados motivacionales proactivos.
Podemos entonces implícitamente asumir que los otros tienen un itinerario mucho más cohesivo y coherente que el nuestro. Quizás aquella congruencia que buscamos lograr en nuestra vida. Y en general, estos supuestos centrados en esta otredad son solo parte de la búsqueda de significado, que parece caerse a pedazos cuando de repente los abandonamos. Aun así, cuanto más atendemos los ideales que perseguimos, aceptamos o decidimos que merecen nuestro interés, tanto mas importante se hace mirar también, en paralelo, qué es lo que está impidiendo que nuestro self pueda aceptar y acomodarse a los otros aspectos de la realidad.