Tres cuentos
Hola a todos.
Esta serie de cuentos están desligados de otros micros que he hecho en post anteriores por lo que cada uno es autoconclusivo.
Crepúsculo en el Olimpo
Los 128 niveles que nos separan del suelo urbano hacen que este se sienta ajeno.
En el amanecer y el atardecer las nubes reflejan los rayos del sol, ofreciéndonos una vista libre de la grosería del mundo terrenal. Las corrientes de aire transportan nubes de poca corporeidad y resistencia. Como una piedra que se eleva por encima de la rivera del río, la Torre atestigua cómo las piedras de menor proporción, hundidas bajo la superficies, iluminan la corriente de la misma forma en que el sol se cuela y perpetua su claridad antes de hundirse hasta el día siguiente.

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Vacío
Me deshice de toda la basura, quité los restos de la vieja pintura y fregué los pisos de ladrillos para eliminar el moho, el aceite y los restos de la vida pasada de este espacio. Una vez que sentí que todo el espacio ya olía a limpio o a nada. Para mí el olor a nada significa que algo o alguien está limpio.
Cambié los vidrios de las ventanas y pinté las paredes de blanco para dar la sensación de que el lugar es más grande. Una vez que terminé me alejé del centro de la hélice del edificio, justo en la pendiente entre un nivel y otro y me sentí tan orgulloso.
Cuando era más pequeño odiaba ordenar y mis padres me regañaban por mi descuido del entorno. Estarían tan orgullosos de mí ahora.

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Preocupación
La música caribeña sonaba alta como para que todos en la cubierta pudiesen disfrutarla, pero Nora no era capaz de hacerlo. Tampoco podía regocijarse en la vista del horizonte azul o en los pasapalos que se ofrecían entre los invitados.
El problema no era la comida, ni la música o su letra ni el paisaje. Nora recibió la invitación de sus amigos para ir a la playa. Ella pensaba que necesitaba un descanso por lo que aceptó inmediatamente.
Lo que no esperaba era que, en vez de ir a la misma playa de siempre, fueran a subir a un velero y zarparan a los alrededores. Mientras se alejaban del puerto, Nora entró en pánico. No quiso decirle nada a nadie.
Aferrada a la barandilla que la separaba del golfo y de las corrientes que la llevarían a mar abierto, Nora hacía respiración profunda y sonreía de manera forzada cada vez que alguno de sus amigos se le acercaba para ver cómo estaba.
—¿Cómo es posible que yo sea la única preocupada en esta verga? —gritó en medio del sonido del calipso

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