Contruyendo salud con cada bocado// Semana 2: COMER PARA VIVIR.
Esta frase suena sencilla, pero encierra una verdad profunda: la alimentación no solo es un placer, también es la base que sostiene nuestra salud, energía y bienestar diario.
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Imagen creada en canva
Comer es un acto tan cotidiano que muchas veces lo hacemos en automático, sin pensar en lo que realmente le estamos dando a nuestro cuerpo. En este texto vamos a explorar cómo la comida nos conecta con la vida, y con nuestras emociones.
Combustible de calidad

La comida es el combustible del cuerpo. Porqué digo esto? porque, en pocas palabras, la comida es lo que le da energía al cuerpo para funcionar. Imagínate que somos como un carro: si no le echas gasolina, no anda; si le pones gasolina, comienza a funcionar más rápido.
Con nosotros pasa lo mismo: los alimentos son ese “combustible” que hace que el corazón lata, que el cerebro piense, que los músculos se muevan y que hasta tengamos ánimo para reírnos o salir a trabajar.
Si desayunas bien, sientes cómo te da pila para arrancar el día; en cambio, si solo tomas un café y corres, a media mañana ya andas todo apagado.
Entonces lo que comemos se convierte en la fuerza que mantiene encendido el motor de nuestro cuerpo.
Comer es, antes que nada, darle al cuerpo el “combustible” que necesita para funcionar. Así como un auto no puede moverse sin gasolina, nosotros no podemos pensar, trabajar ni disfrutar sin los nutrientes correctos.
Entiendase bien que debemos escoger los nutrientes correctos, para que nuestro cuerpo pueda funcionar de forma correcta.
Cuando comemos balanceado —frutas, verduras, granos, proteínas y suficiente agua— le damos a nuestro organismo lo necesario para que cada célula haga su trabajo. Dormimos mejor, nos sentimos más ligeros y hasta nuestro humor cambia. En cambio, si llenamos el tanque con “combustible de mala calidad” (ultraprocesados, azúcares en exceso o frituras a diario), tarde o temprano el cuerpo pasa la factura: cansancio, malestares o enfermedades.
Un acto emocional
No se trata solo de nutrición. Comer también está ligado a nuestras emociones y recuerdos. ¿Quién no tiene en mente el olor del guiso de la abuela, el sabor de una torta en una fiesta o la tranquilidad que nos proporciona una barra de chocolate en un mal día?
La comida es un refugio emocional y, bien usada, nos reconforta. El problema aparece cuando comemos solo para tapar vacíos emocionales o cuando el estrés nos empuja a devorar sin control. Ahí es donde olvidamos la idea de comer para vivir y caemos en el exceso de vivir para comer. Reconocer esta diferencia es clave para tener una relación más sana con los alimentos.

Cuando comemos cosas que no nos hacen bien —esas hamburguesas grasosas, las bolsas de frituras o los litros de refresco— al principio sentimos puro placer. Es como un gustazo momentáneo. Pero después… ¡zas! El cuerpo empieza a reclamar. Nos da pesadez, sueño, inflamación, hasta ese cansancio raro que no sabes de dónde salió.
Y no solo queda en lo físico, también pega en lo emocional. A muchos nos entra esa vocecita interna tipo: “¿Para qué me comí eso?” o “ya la regué otra vez”. Es como tener un mini cargo de conciencia, porque sabemos que no era lo mejor para nosotros, pero caímos en la tentación. Y esa culpa, aunque chiquita, afecta: nos bajonea, nos hace sentir menos motivados y hasta puede hacernos comer más por ansiedad.
Al final, es como un círculo vicioso: comes mal → te sientes mal físicamente → te sientes culpable → comes otra vez para consentirte→ vuelves a sentirte mal. Por eso la clave está en encontrar un balance: disfrutar de vez en cuando lo que nos gusta, pero sin olvidar que lo que le damos al cuerpo termina afectando cómo nos sentimos por dentro y por fuera.
La comida es identidad.

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Además, tenemos tesoros que no envidian nada a otras culturas. El cazón guisado, rico en proteínas, nos recuerda las recetas de las abuelas; las cachapas de maíz tierno con queso de mano nos llenan de energía y son puro sabor criollo; y no olvidemos las frutas tropicales como la guayaba, el mango y la parchita, que son refrescantes y cargadas de vitaminas. Todo eso nos habla de un oriente sano, alegre y lleno de tradición.
Comer para vivir, desde nuestra identidad oriental, es saber que disfrutar un sancocho de pescado o un hervido de gallina puede ser tan saludable como sabroso. Se trata de celebrar lo nuestro, pero con equilibrio: darle al cuerpo lo que le hace bien, sin exagerar en frituras ni refrescos azucarados. Al final, la clave está en disfrutar la mesa como espacio de unión familiar y cultural, mientras cuidamos la salud que nos permite seguir celebrando la vida.
Comer para vivir” significa mucho más que llenar el estómago: es nutrir el cuerpo, cuidar las emociones y celebrar nuestra cultura. La comida puede ser aliada o enemiga, todo depende de cómo la entendamos. Si aprendemos a ver los alimentos como el soporte de la vida —y no solo como un placer momentáneo— lograremos una relación más sana y consciente con lo que ponemos en el plato.
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