Todos caen (2)
2
A la mañana siguiente, Rivera tenía que trabajar. Fue lo primero que pensó, lo segundo fue que ya Laura no estaba. En la habitación, solo con sus cavilaciones, se sintió presa de una triste mujer y solitaria. Pero no pensó más en eso. Las posibilidades le llegaron como lluvia que caía sobre su cabeza y de inmediato se activó.
Mientras se daba su baño, cayó en la cuenta de que Pernía habló con gente vinculada al caso. Pernía lo amenazó y nadie hace eso a menos que tenga poder. Por otra parte, también hablaron con ella y se mostró contraria a la idea de investigar un caso. Era obvio que quienes trataron de disuadirlo sabían que él investigaría.
También era muy posible que fueran a buscarlo. Así que buscó su pistola y la mantuvo cerca. Nunca se sabe. Se vistió y se montó en el carro y resuelve el asunto de salir de casa. En el camino comeempanadas y toma par de Nescafés.
Debe redactar un informe donde pide colaboración de sus superiores para investigar el caso. Ya tanto como inspector, como por su reputación de agente honesto y eficiente, no necesita que le asignen casos ni que lo autoricen a investigar. Si el ve algo raro, y va tras ello, sus jefes lo respaldan. O sea, tiene libertad de movimiento. Sólo que ahora, dado que se tratan de peces gordos, verá si a sus jefes no les tiembla el pulso.
Por eso, mientras va en el ascensor y se prepara para irse, planifica su tiempo y sus pasos para poder ir a investigar y tener algo con qué llegar a los jefes. Si les muestra lo suficiente, se arriesgarán con él. Total, ellos saben que son mafiosos, pero como tienen plata y cierta influencia, hay que golpearlos de manera contundente y esto es con una acusación seria y fundamentada, con un caso que pueda llevarse a los tribunales. O al menos, eso es que disimulan, para guardar las formas.
Cuando va en su carro, que dejó estacionado cerca del hotel, justo al frente del bar donde estuvo anoche, un grupo de sujetos se bajaron de otro carro y pasaron a la acera, justo por donde él caminaba.
Cuando llegó a la acera, los sujetos se le acercaron. Un hombre alto y corpulento le sacó disimuladamente una pistola. Llevaba una chaqueta de semicuero barata y de mal gusto que se le abría sobre el estómago. La luz del día hacía brillar su rostro, cubierto de una delgada capa de sudor. Había otro hombre detrás de él.
— Esto es para que te quedes sanito —dijo el hombre armado.
— si te pones payaso, te detono aquí mismo —Rivera se sonrió y repuso:
— te la puedes meter por donde más te guste. ¿Eso me querías decir? —El hombre corpulento se echó a reír. Su risa tenía un sonido sordo, como el de las olas rompiendo contra un montón de piedras. Exclamó con sarcasmo:
— andas más salido que cajón de gaveta, carajito —Echó una ojeada a Rivera y añadió: — Tú eres un policía y vas pendiente de sapear. ¿Te parece bien eso? —Rivera vio la calle y la acera. Cuando se necesita un poli, ni andan cerca. Respondió con cautela:
— primero, no soy policía, idiota. Segundo, ¿les parecería bien a ustedes si se van y yo no he visto nada? —los asaltantes se rieron.
— hoy, no. Casi todo el tiempo sí, pero no. —Rivera sabía que esos sujetos no estaban payaseando, así que buscaba ganar tiempo.
— ¿Y si yo sigo de largo? —los sujetos estaban al borde la risa burlona.
— Ni de vaina —Rivera examinó todo. Si esos tipos le ponían la mano encima, podía hacer algo, pero sería muy riesgoso. Era una situación apretada. Aunque tenía cierta ventaja: si hubieran querido, le hubieran disparado desde la calle. Algo quieren con él. — ¿entonces, qué hacemos? Verán, tengo calor. Tengo que irme a la oficina y mi mamá no parió teja para estar llevando sol, así que yo me arrimo a esa panadería donde me voy a beber un refresco… —cuando va diciendo eso, comienza a caminar, pero uno de los sujetos lo agarra del hombro. ¡Qué error! ¡Justo lo que necesitaba! Con una llave, le torció el brazo de tal manera que lo llevó al suelo y se lo quebró, de inmediato sacó la pistola; pero el sujeto que tenía una la apuntó y de inmediato recibió dos balazos, el otro se vino con navaja en mano y recibió un tiro en el pecho que lo frenó en seco y lanzó al asfalto y el otro fue por la pistola, pero al agarrarla fue fulminado.
Rivera estaba bastante sorprendido. Las sirenas anunciaron la llegada de la policía.
— ¡coye Rivera, donde pisas, hay un muerto! —quien le dijo eso fue el inspector Figueras, que comanda a varias unidades de la zona de Las Delicias. Rivera se ríe.
Reflexionó, mirando fijamente hacia los cuerpos caídos. Se había dado cuenta de que los asaltantes, ahora muertos, trataron de matarlo.
— de seguro te estaban esperando. Es una fija, te iban a secuestrar. —Los ojos de Rivera se entornaron y sus labios esbozaron una sonrisa.
— pero ¿para qué me buscaban y qué querían conmigo? —preguntó. El hombre abrió la boca y volvió a cerrarla, gesto de quien va a dar una respuesta superflua y decide callar para pensarla mejor.
— Será mejor que cuentes en qué andas y no te hagas el guevón. Ahora sería un buen momento. Recuerda que asuntos internos no anda comiendo cuentos. Sería una lástima que cayeras. —A Rivera esa mañana le pareció lamentable. Apenas las 11 y ya lo han amenazado dos veces, primero con matarlo y ahora con meterlo preso. Faltaba que lo amenazaran con el bolsillo, pero para eso estaba la inflación. Y los impuestos.
— mira chico, tú no tienes nada que preguntarme. Yo no tengo nada qué decirte. Así que mejor me dices qué coño te tengo que contar. —El inspector se crispó y no dijo nada más. Dos vehículos Toyota 4Runner se aparecieron y se bajaron varios agentes, incluyendo un comisario que aunque no le agrada Rivera, lo respeta mucho por sus resultados.
El comisario vio las declaraciones, habló con los policías y fue con los inspectores:
— tenemos que desalojar esta zona cuanto antes. Trajimos a un forense y aquí hay un abogado que se encargará de la parte legal. Ya la policía puede volver a su posición, nosotros nos encargaremos. —De esa manera, le dijo a los uniformados, de forma respetuosa y profesional, que se fueran de allí, ya que el CICPC es quien se encargará del resto, sobre todo si uno de los involucrados es un operativo activo.
— gracias comisario por quitarme de encima a ese guevón. Andaba ya preguntando. Si no hubiera llegado, yo mismo lo iba a mandar al carajo —dice Rivera, con un tono de agradecimiento que relaja la situación.
— sí, tranquilo. Por cierto, ya media Maracay sabe que aquí hubo un tiroteo. Esos polis son unos sapos. —Dice el comisario, quien va con el equipo, que ya trabaja en la escena. Toman fotos, recogen evidencia, el forense prepara todo para el levantamiento y traslado de los cadáveres. Como esta es una de las zonas comerciales más importantes del país, el trabajo se hace con una rapidez proverbial.
— coño, los mataste a toditos. Pero ¡más nada! Si no, te joden. —Dice el comisario.
— Por cierto, como que te tenían el ojo montado, ¿no? ¿En qué andabas? Coye, me sorprende que no te hayas dado cuenta de que te seguían. —Rivera no tenía mejor opción que decir lo que sabía, guardarse sus sospechas y soltarle todo al jefe.
Así que le dijo al comisario que lo emboscaron, que sabían que estaba por allí y que lo esperaron y cuando los tuvo encima y vio la pistola, reaccionó. Aquella historia convenció al comisario, pero éste sabía que Rivera no decía la verdad del todo, como todavía no sabe mucho, prefiere esperar qué dicen sobre la identidad de los sujetos.
Por radio confirman la identidad de ellos: Aleisis Borjas, de 24 años. Solicitado por robo a mano armada y sospechoso de asesinato. Elulalio Farías, 26, solicitado por robo y agresión. Franklin Sierra, de 30, solicitado por secuestro y extorsión y Jan Ceres, de 22, solicitado por lesiones y robo. De paso, por radio confirman que se trata de una banda conocida como los Cocos.
— ¡mierda, Rivera, tú no pelas! —y el comisario decidió dejar eso así. Ya sabe que el inspector está en otra clase de asunto y que despachó a unos delincuentes. Así que vuelve a lo suyo y que su jefe se encargue del resto.
— No he alborotado ningún avispero, yo simplemente ando en lo mío. —Dice a su jefe, quien le exige que se presente de inmediato en la delegación y le rinda personalmente un informe. El inspector sale de la escena, ya no tiene nada qué hacer allí. En el carro va pensando sobre qué fue lo que pasó, aunque su instinto le dice que esa banda no fue a buscarlo por la propia, sino que los mandaron. ¿Pero quién?
Tuvo que admitir la realidad: si lo mandaron a matar, fue la familia mafiosa. Contrataron a una banda para que lo mataran. Listo. El problema era que no resultó así y ahora, de seguro, mandarían a un sicario, a un profesional, para que efectúe el trabajo de manera eficaz, así que debe moverse con rapidez y desde ahora, no le sirve equivocarse. Ya en la delegación, se presenta ante su jefe y le explica todo, desde hace varias semanas que sabe del caso. Por supuesto, le contó con lujo de detalles lo que había pasado en el tiroteo. También le dijo del inspector de la policía que bajo el pretexto de la cooperación quería sacarle información y también le mencionó del comisario que había llegado.
— mira, es evidente que tienes algo. Pero desde ahora, te mueves con tu compañero y los quiero a los dos con armamento especial, con chalecos y todo y en canal de los comandos. ¡Nadie amenaza a mi gente! Otra cosa, sólo me lo reportas a mí yo me comunico con la fiscalía, esa fiscal sabe más de lo que te dijo, y está involucrada con la gente. No hables sobre esto con nadie más. ¿Entendido? —Rivera salió de su oficina y fue directo a la sala de expedientes, allí comenzó a investigar. Llamó a la INTERPOL, a ver si la familia Sindona era solicitada. Claro está, hay un registro inmobiliario y una ficha del caso. Al revisarlas, se dio cuenta que las muertes eran sospechosas y todo se cerró rápido, bajo el título de accidente, hampa común y aquello de investigación postergada a falta de nuevas pruebas.
Lo que había averiguado fue ampliado y respaldado por las pruebas que encontró. De pasó, en una de las notas de los agentes asignados al caso, mencionó la presencia de una supuesta nota de amenaza que recibieron las víctimas. La nota, tiene un informe, pero ya no está. Se perdió, la borraron. Lo cierto es que ya Rivera no tenía por qué preocuparse por pruebas pérdidas, ya tenía todo el material en sus manos, ahora le tocaba ir al registro inmobiliario, el civil y el mercantil e investigar los expedientes. Sabía que tenía algo con qué trabajar.
De momento se concentró en sacarle copia al material que tenía. Suficiente como para todos los involucrados. Precisamente, llega Gallegos, quien fue sacado de un caso donde estaba.
— mira, me sacaron de un caso de secuestro y me dijeron que me viniera contigo; pero en el camino me entero que te raspaste a cuatro y me avisaron que usara chaleco. Ahora ¿contra quién vamos, contra los chinos? —dice su compañero, que no sabe nada. Rivera le sonríe y le pasa el expediente. El compañero se sienta a leer, mientras Rivera sigue revisando y copiando el material.
Mientras revisa, Gallegos fue a comprar Nescafés, y siguieron con lo suyo. Al rato termina de leer.
— ¿qué te parece? —pregunta Rivera.
— bueno, estos tipos son mafiosos. Claro que son culpables. El peo será demostrarlo. Pero yo le echo bolas, le tengo arrechera a esa familia de italianos sucios que se creen más que todo el mundo porque piensan que el billete puede comprarlo todo. Que es poder. Ahora, ¡se joden! —Rivera se echa a reír y está complacido. A parte de sus viejos, Gallegos es la persona en quien más confía. Y ambos se han salvado la vida en el cumplimiento del deber. En un caso peligroso como éste, ahora se necesitaban más que nunca. Concluye Rivera:
— ¿sabes? Todo el mundo le tiene arrechera a esa gente; pero nadie hace nada por detenerlos. Ni los denuncian ni nada. Y esos tipos que casi me matan… me buscaron porque les pagaron, así de sencillo. Es verdad. Son culpables. El peo no será demostrarlo; sino que algún tribunal los juzgue. —