_{El vagón de tercera clase (1.864) / F}
Era 1.840 en Francia, el auge ferroviario invadía el ambiente con un olor a carbón quemado y un chirrido metálico que no lograba apaciguar la promesa de progreso y bienestar de la industrialización.

En el vagón de la tercera clase, la vida se reducía a la sobrevivencia del día a día, tal promesa se desvanecía entre la miseria, el cansancio, el hacinamiento y la incomodidad. Los viajeros eran sombras ignoradas por el mundo, atrapados en un lugar donde la pobreza los consumía y el tiempo solo era un espacio entre la vida y la muerte.

Entre ellos se encontraba una anciana con capa y capucha. Su rostro de fuertes rasgos maltratado por el tiempo y marcado por el cansancio, sostenía con firmeza el asa de su cesta. Su raída capa aún ofrecía refugio del inclemente frío.

A su lado, una joven amamantaba a su hijo, se notaba el brillo en sus ojos que lo contemplaban con gran ternura ignorando la sombría realidad de su futuro. Otro niño dormía en un rincón adosado a la anciana, inocente de las desgracias y dominado por el agotamiento, abrazaba al sueño y al polvo del camino.

Caía la noche con la despedida del Sol ocultándose en el horizonte, las sombras se abalanzaban sobre el vagón que absorbía la oscuridad paso a paso hasta quedar completamente en tinieblas. La anciana comenzaba a sentir el susurro de las tinieblas evocando antiguos secretos que se esparcían en el lugar, mientras sus ojos se enardecían, algo maléfico la poseía.

Los gritos desatados por los pasajeros solo se justificaban por el miedo aterrador convirtiéndose en una resonante cacofonía. Una risa casi infantil pero tenebrosa se esparcía en el caos celebrando el arrebato de sus almas.

Al amanecer, un silencio sepulcral reinaba en el vagón, los cuerpos inertes y pálidos dormían el sueño eterno. La anciana había desaparecido dejando su sombra imperturbable marcada en la pared del vagón. La joven madre, su bebé y el niño sobrevivieron pero sus ojos ya no brillaban como antes, ahora resplandecen con una chispa inquietante que captura la esencia de las tinieblas.

Cada noche en el vagón de los susurros subyacían los gritos envolventes. Una madre, un bebé y un niño comenzaban a gestar un deseo de venganza y una transformación inevitable que el susurro de una anciana había legado indeleblemente en sus corazones.

El tren continuó su viaje, arrastrando un puñado de almas y un eco de terror en un ciclo interminable de oscuridad.

F I N

• El autor de la obra: Honoré Daumier, Marsella, Francia (1.808-1.879)
• Las imágenes fueron presentadas con canva.com
• Invito a participar a: @paholags @marito74 @genomil @cruzamilcar63 @dasudi @dove11 @wakeupkitty.pal @lirvic
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