Eugenio se la pasaba molestando a todos en el barrio. No importaba quien fuera su víctima del momento: hombres, mujeres, niños, animales domésticos, callejeros o de consumo. De saber escribir, él hubiese hecho un buen libro sobre cómo molestar a los demás y salirse con la suya.

Julián era un objetivo recurrente por una cosa, sólo una cosa que, de tan mundana, nunca le vi la causa de burla: el color lila.

También conocido como violeta, este color se puede confundir con el rosa pastel. Lo admito, pero sólo es un color que Julián usaba casi en todas sus prendas. Los insultos más comunes eran:

—Eres una niña.

—Parece que se te cayó una prenda roja en el lavadero.

—Te metiste en la sección equivocada de la tienda ¿o fue tu mamá?

Esta frase fue la que me irritó más a mí y a Julián mismo. Eugenio se atrevió a meterse con los muertos. Los dos eran practicantes del viejo y salvaje deporte conocido como boxeo por lo que el día en que tuvieron que ir a combatir a otra ciudad, no lo resistí y fui a verlos.

La parte en que Julián le partió la madre a Eugenio frente a todos me hizo el día. No sé que era mejor, la parte en que el abusón mal parido recibía su merecido o cuando este caía del cuadrilátero frente al público presente y los que veían la contienda por televisión.