Mario ama salir. Tiene demasiada energía. Más energía que la que yo tendría en la vida. Los fines de semana y vacaciones sale con planes de paseos y visitas. Nunca es que las visitas vengan a casa sino que él y yo vayamos a ver la la gente.

A mí me encanta quedarme en casa, tranquila, leyendo, escuchando música y sin ver a nadie. La única conexión que tengo con el mundo exterior es el teléfono.

Cuando Mario y yo nos conocimos, fue por iniciativa suya. Él me vio e hizo lo posible por conquistarme. Desde entonces hemos sido la pareja dispareja.

Son las cinco de la mañana y él ya está de pie haciendo ejercicio y poniéndose al día con cosas del trabajo. Lo bueno de esto es que cuando me despierto el desayuno ya está hecho, el periódico ya está en la mesa... Y él sale con que hay que ir al río, al teatro, a ver a su mamá y no se qué más.

Cuando no doy con una excusa para no poner un pie afuera, él da vueltas por todas partes, habla con todos y se hace amigo de todo el mundo. Yo, sentada en una mesa o rincón o parada en una esquina conservando la poca energía social que tenga en el momento.

Cuando finalmente volvemos a casa, él sigue y sigue haciendo cosas y yo me desplomo en la primera cama, sillón, sofá, otomana que veo.

Tomo un libro o revista, pero no para leerlo sino para cubrirme la cara ya que Mario se niega a apagar las luces si antes él no se apaga, quiero decir, se acuesta a dormir o cae enfermo.

¿Algún consejo?