Luciano estaba preocupado. Por un lado lo entiendo, pero por otro quisiera que se relajara un poco. Jessica era una mujer a la que le encantaba hace bromas para hacer que la gente se riera y la pasara bien.

Sus conocidos e incluso extraños por la calle, le agradecían por haber eliminado la tensión del ambiente tanto a propósito como de forma accidental. La verdad es que a ella los chistes le salen tan fácil como respirar.

Luciano siempre tuvo problemas para interpretar la interacción ajena. Había veces en las que se molestaba por ciertos comentarios inocuos, dichos de paso y sin él como protagonista e incluso hechos por gente que ni le hablaba a él.

Justo en el momento en que Jessica se apoyó en la esquina de la chimenea, esperando a que Luciano se riera.

Mi hermano tenía una cara cuyos músculos no se decidían qué movimientos hacer para mostrar una expresión determinada que podía ir desde la felicidad hasta la indignación. O, al menos, eso creo.

—¿Él se encuentra bien? —preguntó Jessica, preocupada.

—Sí, es sólo que no entiende el chiste.