Dos cuentos

—Tienes que mejorar esa pared —comentó Marlon, fijando sus ojos en la pared blanca y vacía.

—¿Y cómo lo hago? —preguntó Biel de forma honesta.

—No sé, pon algo.

En la casa hogar de cuidado para gente con condiciones mentales todos tenían su propio espacio y lo habían personalizado con cualquier cosa: juguetes, posters, libros, dispositivos, entre otros. Únicamente la habitación de Biel que, aunque tenía una cama, un armario y una ventana como todas las demás, esta se mantenía pulcramente ordenada y sin ningún aporte personal de parte de su usuario. Casi parecía que nadie la estaba usando.

Biel esperó a su tiempo de visita semanal en la casa de su abuelo y le pidió a este que le dejara unos engranajes para llevárselos. El viejo y el joven se pusieron a buscar entre los fierros y el polvo para luego empezar a limpiar las piezas con líquido antióxido. Esto les tomó dos semanas ya que la pared era grande y el proceso de limpieza era laborioso.

Cuando todas las piezas estuvieron listas, Biel y su abuelo llevaron las tres cajas con engranajes y pidieron permiso para montarlas. Para cuando terminaron, ni un sólo centímetro de la pared había quedado a la vista.