Deuda cobrada | Serie: Sueños freudianos (iv)
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Tal y como había sucedido las últimas 19 noches, la oscura figura apareció puntualmente frente a la casa. Después de que ella hubiese cerrado puertas y ventanas, pasado llave a las cerraduras y, atrancando por dentro la puerta del cuarto con una silla. Sin olvidar, haber colocado el arma al alcance de la mano en la mesa de noche, a pesar de las quejas de su esposo.
La sombría figura esperó un par de horas más parada frente a la casa, fumando cigarrillos unos tras otros, esperando a que dentro se durmieran, especialmente ella, para así entrar.
Sin hacer ruido, casi que, flotando, se dirigió al lado derecho de la casa, deteniéndose frente a la ventana del cuarto, donde ella dormía con su marido. Sabía que, tras la cortina, ella, dormida, le dejaría entrar, por última vez.
Dentro de la habitación acurrucada en el lado izquierdo de la cama, sin desearlo, le dejó entrar. Ella abrió los ojos y en la penumbra de la medianoche vio el par de puntos rojos fijos al pie de la cama.
Gritó, llamando a su marido, y al tantear para encender la lámpara de la mesita de noche, su mano tropezó con la pistola, que cayó al piso. Lanzó un segundo grito al sentir las manos extrañamente frías de la oscura figura, que la halaban para tirarla al piso.
La alfombra amortiguó su cuerpo al caer de la cama; en medio de la oscuridad sintió el frío que emanaba la silueta acercando sus manos para atenazar su cuello.
Se giró boca abajo para intentar incorporarse. Su mano se encontró con el revólver. Sintió un breve alivio, allí en la oscuridad, sus manos recordaron las horas de práctica, quitó el seguro del arma, se giró rápidamente y, recordando la ubicación de la silueta, apuntó disparando al mismo tiempo.
Tras el tercer disparo, se hizo la luz en el cuarto. La sombría figura, no estaba, allí. Donde debería haber estado, se encontraba el cuerpo sin vida de su esposo, caído boca abajo. Su sangre manchaba la alfombra, con los brazos extendidos en dirección hacia ella.
Cuando la policía logró entrar al cuarto, la encontraron sentada frente al cadáver, con el revólver aún en sus manos, como dispuesta a disparar otra vez. Pero congelada, como una estatua de hielo. Les costó abrirle las manos para quitarle el arma; tampoco les respondía. Sus ojos abiertos, sin pestañar, presentaban un extraño color rojo, donde deberían estar los iris.

- Imágenes
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Las imágenes y gif son de mi creación a partir de Promts editados en Ideogram.ai. Dicha aplicación emplea la Inteligencia Artificial, para generar imágenes, a partir de frases y oraciones escritas. Estas son libres de derechos. [1] Ver mi galería en Ideogram.ai: joslud
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