EL PINTOR Y SU MUSA/PARTE XXXVI
Previamente...
Los padres de Erik finalmente conocieron a Emma, quien muy amablemente mantuvo una conversación con ellos, mostrando el tipo de persona que ella es.
Erik y Emma pasaron un poco más de tiempo en el velorio para seguidamente ir al apartamento del pintor. Un espacio en donde pasarían unos días a solas, después de todo lo que ha estado ocurriendo, se lo merecían.
El entierro de la difunta abuela de Erik se llevaría a cabo a la siguiente mañana, por lo que pasarían juntos hasta que ambos acuerden, lo que harán en los próximos días.
En la intimidad de la habitación, Erik le propuso a Emma tomar una copa de vino para conversar con calma, liberando poco a poco el peso de sus sentimientos que cargaba en el alma. La mirada del pintor transmitía una mezcla de ternura y vulnerabilidad, buscando crear un espacio de confianza.
—¡No tendría razones para no aceptar, mi amor!—respondió Emma con una sonrisa cálida, convencida de que era el plan perfecto para ambos.
—Y pediré un platillo delicioso para cenar juntos. Será nuestra primera cita nocturna después de tanto tiempo, ¿verdad, mi vida?—susurró Erik, acariciando suavemente el rostro de Emma, con ternura y complicidad, cerca de su oído. La cercanía de sus palabras y la caricia despertaron en ella una emoción excitante.
Luego, acurrucados sobre la cama, abrazados y entrelazando sus piernas, compartieron sus suspiros y tiernos besos, dejando que la intimidad los envolviera en un silencio lleno de significado.
—Erik, ¿has pensado en tu propia galería de arte?—preguntó Emma, apostando por la confianza en el talento indiscutible del pintor. No dudó en hacer la pregunta, convencida de que en su interior había un sueño latente.
—¡Lo he considerado, mi amor!—confesó Erik, con una sonrisa nostálgica.—Cuando mi abuelo Víctor falleció y me informaron que era el heredero de su empresa, justo ese día había estado planificando abrir mi propia galería. Hablé con Jean Piero, mi amigo y pintor, sobre ello. La noticia de mi abuelo me tomó por sorpresa, todo sucedió tan de repente... En cuestión de horas, ya tenía en mis manos una empresa exitosa y un nuevo propósito en la vida. Pero la verdad es que no estaba preparado para todo eso; tuve que cambiar prioridades, mantenerlo en secreto. La herencia, de alguna forma, se convirtió en un peso que me abrumó un poco—confesó, dejando entrever la lucha interna que llevó en aquel entonces.
Emma, con ternura, tomó su rostro entre sus manos y, en un acto espontáneo, le entregó un beso apasionado que rompió el silencio y la tensión del momento. Sus cuerpos se descubrieron lentamente, dejando que las caricias revelaran sus sentimientos, impregnando el aire con el aroma de sus pieles. Las sonrisas que compartían invitaban a un placer profundo, a unirse en un solo ser.
De repente, una voz los interrumpió: —Disculpe, es el delivery.— desde el otro lado de la puerta, interrumpiendo su momento de intimidad.
Fue entonces cuando Erik recordó el letrero de “No molestar” como si se tratara de la habitación de un hotel—pero su deseo de permanecer en ese mar de calma y pasión, que disfrutaba a través de los ojos de Emma, lo llevó a ignorar su uso beneficioso. Se dejó llevar por la profundidad de su amor, sumergiéndose en un mar de serenidad que parecía no tener fin.
Ambos se rieron, dejando que la alegría llenara el espacio. Recibieron su cena y, sentados sobre la cama, entre juegos seductores y miradas cómplices, degustaron la comida. Cada beso, cada roce, intensificaba el sabor de la velada, transformando la noche en un festín para los sentidos y el alma.
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