Cuando vi esta imagen, la verdad no sabía si escribir una reflexión o contar una historia. Tenía algo que me hacía pensar, pero también que había algo mas profundo. La mujer recostada. el hombre con su traje , el ramo en el suelo,… todo parecía decir mucho sin necesidad de palabras.

Al final decidí hacer un poco de las dos cosas. Lo que escribí es un texto narrativo, sí, pero también tiene algo de reflexión. Habla de las apariencias, de esos momentos en los que uno se siente fuera de lugar, incluso estando justo donde todos esperaban que estuviera. Un poco como ella… o quizás como cualquiera de nosotros.

Imagen tomada de la publicación de @solperez

El murmullo de risas fingidas, halagos vacíos y copas alzadas se ha quedado atrapado en los espejos del salón que dejaron atrás. Ahora, en esa habitación vestida de terciopelo y seda, reina un silencio incómodo, casi cruel.

Ella se dejó caer sobre el diván con una delicadeza que apenas ocultaba el peso de su cansancio. No era físico, no del todo. Era un agotamiento más profundo, uno que nace de fingir demasiado tiempo.

Su vestido aún relucía, pero ya no lo sentía suyo. Se lo había puesto como se pone una máscara, con la esperanza de encajar en un mundo que la ahogaba. Su rostro, ahora cubierto por un brazo tembloroso, escondía las lágrimas que no quiso derramar en público.

Él la observaba desde la esquina del sofá, envuelto en su abrigo de gala, con la rigidez de quien no sabe cómo consolar, o no quiere. La había acompañado al baile, sí, pero no era compañía lo que ofrecía. Era presencia vacía, cortesía pactada.

En el suelo, entre el terciopelo rojo y la sombra del mueble, yacía el ramo de flores que ella recibió con una sonrisa forzada. Todos pensaron que era un gesto de amor, una felicitación. Pero allí estaba, olvidado o tal vez arrojado, como testigo de lo que no se dijo: que no quería estar allí, ni con él, ni en esa vida bordada de apariencias.

Detrás de la elegancia, del encaje y las luces, quedaba solo ella.
Ella y su verdad.

Ella… después del baile.