Arte y escritura #154 || Cazando a la indomable.

in Venezolanos Steem21 hours ago


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La adrenalina, inundando su cuerpo al sentir la brisa golpear en su rostro, ondular su cabello y agitar su vestido, mientras se desplazaba a toda carrera a lomos de un caballo, era para Mariana una sensación inigualable, una experiencia que no tenía precio.

Sin embargo, sus años de juventud y belleza comenzaban a quedar atrás, y con ellos, la afluencia de pretendientes había mermado; eran muchos los buenos partidos que habían perdido el interés en cazar a “la indomable”, como muchos le llamaban. El tiempo de ajustarse a las expectativas tradicionales y tomar las cosas en serio había llegado: el momento de elegir un pretendiente y, finalmente, conformar una familia, estaba próximo; no deseaba ser una solterona más.

Mariana era una chica de veintitrés años, con el carácter fuerte como una roca, tan capaz como el joven más ágil y valiente; domar y montar un caballo, se le daba tan fácil, como al más experimentado. La cocina, el maquillaje y los voluminosos vestidos eran algo que siempre había contrastado con su espíritu salvaje y lleno de libertad; el apodo de ‘la indomable” no se lo habían otorgado por casualidad.

Su padre, Don Esteban del Río, era un poderoso hacendado de una provincia alejada de la ciudad capital; él era, por decirlo así, el culpable del desarrollo, la fortaleza y la independencia de “la indomable”. Mariana, desde muy niña, aprendió a montar a caballo, confeccionar trampas para cazar animales, pastorear el ganado, usar armas y, sobre todo, a dirigir con mano fuerte y dura las tierras que algún día heredaría. Aunque todas esas enseñanzas la convirtieron en una mujer capaz de valerse y defenderse a sí misma, siempre fue algo que Doña Martha del Río, su madre, le criticó a su esposo, Don Esteban. Ella sabía que en algún momento eso pasaría factura en la vida de su amada hija.

Carlos Uzcategui era un hombre de cuarenta y cinco años, un hábil contador y experto en finanzas, con experiencia como banquero en la ciudad capital; una persona pudiente, con un próspero negocio. Tenía poco tiempo en la provincia y, desde el instante en que llegó, sus ojos se posaron sobre “la indomable”; deseaba tenerla, como muchos otros. El interés por la hermosa y fuerte Mariana fue tan grande que este hombre rápidamente se convirtió en su nuevo pretendiente, el último de una lista a la que pocos se atrevían a apuntarse.

Carlos era un gran negociante y sabía que era poco lo que podría lograr directamente sobre Mariana; los antecedentes así lo demostraban. Es por ello que llegó a un acuerdo con Don Esteban del Río para optar por la mano de su hija Mariana. Sin embargo, antes de conceder su bendición, el padre prefirió organizar una pequeña reunión entre ambos, esperando que todo fluyera de forma natural.

—Hija, esta noche recibirás la visita del señor Carlos Uzcategui. Espero te comportes como todo una dama y no le hagas ningún desprecio. Ya has rechazado muchos pretendientes, y considero que es el momento de tomar las cosas en serio. —abordó el tema don Esteban del Río.

—Papá, por favor. Ese viejo es horrible. No me gusta. —contestó Mariana de mala gana.

—Creo que fui lo bastante claro, Mariana. Mientras estés bajo nuestro techo y no contraigas matrimonio, obedecerás mis órdenes sin objeción. ¿Has entendido? —habló don Esteban del Río, sacando a relucir el mismo carácter que su hija había heredado de él.

—Sí, papá. —respondió Mariana entre los dientes, mientras sus ojos reflejaban la aversión que le causaba aquella idea.

—Vamos, hija. Ya escuchaste a tu padre. Te ayudaré a vestirte. Lucirás hermosa y muy presentable. —dijo Doña Martha del Río.

—Mmmm… Sí, mamá. —suspiró Mariana para contenerse y, luego, obedeció a su madre.

Previo a la cita de esa noche, Doña Martha del Río se encargó de ayudar y supervisar a su hija Mariana mientras se emperifollaba, por decirlo de buena manera, aunque la realidad fue otra y a regañadientes la obligó a arreglarse el cabello y a maquillar su rostro. Así mismo, se encargó de elegir para su hija un elegante vestido confeccionado en suave seda que brillaba a la luz y la hacía lucir hermosa, frágil y delicada; una indumentaria que contrastaba con el fuerte carácter que Mariana siempre había exhibido.

Carlos Uzcátegui, por su parte, esa noche se presentó luciendo un traje compuesto por un saco negro, pantalones a cuadros, zapatos puntiagudos del cuero más fino, de suela baja, y un sombrero de copa en color negro que lo hacían lucir muy elegante ante los ojos de las damas; esperaba cautivar a la joven Mariana con su presencia.

Después de ser recibido por Don Esteban y Doña Martha del Rió, Carlos fue llevado a un salón donde Mariana estaba esperando por él.

—Luces hermosa, Mariana. Incluso, más que este humilde ramos de flores que me he permitido traer para usted. —dijo Carlos Uzcátegui, mientras entregaba a Mariana el ramo de flores que había llevado para obsequiarle.

—Gracias, Señor Carlos… Luce usted… bastante elegante. —contestó Mariana, dejando entrever que no se hallaba muy complacida con la visita de ese hombre.

—Ja, ja, ja… no esperaba menos de usted, señorita. —dijo Carlos Uzcátegui maliciosamente.

—Señor Carlos… si entiende, usted, que hoy me ha tocado recibirlo por obligación y compromiso familiar. —replicó Mariana.

—Por supuesto, mi hermosa dama, y también entiendo que ya no le quedan muchas opciones… Ha rechazado tantos pretendientes que, aunque es hermosa, ya nadie quiere acercarse a usted. ¿Corrijame si estoy equivocado? —preguntó Carlos Uzcátegui.

—No, creó que no… Está usted bien informado, Señor Carlos. Pero si ya sabe todo eso, ¿que le hace pensar que usted lograra algo diferente? Desde que llegó a este pueblo, he visto como se le salen los ojos al mirarme, y también le he dejado claro que no me interesa. —respondió Mariana.

—Lo sé, pero esta vez será diferente, mi hermosa señorita. Llegué a un acuerdo con su padre, y me complace informarle que seré yo quien le ponga el hierro a la indomable. —dijo Carlos.

—Eres un patán… cínico. No entiendo entonces a qué has venido aquí. ¿Qué interés tienes en el dinero de mi padre? Siempre pensé que eras alguien muy pudiente. —dijo Mariana.

—Oh, no… claro que no, señorita. No tengo ningún interés en el dinero de su padre… Riquezas tengo de sobra. Soy un coleccionista. Me gusta obtener lo que otros no pueden… y usted mi amor, mi indomable… será mi mayor trofeo. —dijo Carlos Uzcátegui, con tanta propiedad y dominio como ningún hombre en su vida, que la hubiese pretendido, se había atrevido a hablarle.

—¡Viejo verde! —replicó Mariana, aunque, en el fondo, la fortaleza en el carácter de ese hombre, por primera vez, la hizo sentirse atraída por alguien.

—Ahora, mi amor. Hagamos esto como debe ser. —sugirió Carlos Uzcátegui.

—Por favor, señor Carlos. Es mejor empezar con el pie derecho… de ese modo, quizás me atreva a enseñarte a galopar sobre un caballo sin que luego sufras un accidente en el que te rompas el cuello. —mencionó Mariana.

—Oh, claro que no… no debes preocuparte por eso, mi amor. Yo solo tengo interés en montar sobre una yegua que yo mismo he de amansar. —contestó Carlos, con los ojos clavados fijamente en los de Mariana, mientras que una de sus rodillas tocaba el suelo y sus manos se cerraban en señal de petición sobre la mano izquierda de Mariana, quien sujetaba el ramo de flores con la otra.

Mariana, al escuchar esas palabras, no pudo evitar sonrojarse. Se sintió intimidada y se vio forzada a romper el contacto visual con Carlos. Dirigió la mirada hacia arriba, y sus labios dibujaron una sonrisa sutil y misteriosa, llena de una picardía que solo ella entendía. Carlos comprendió inmediatamente que ya la tenía.

—Aceptame como tú esposo y permite que este hombre sea quien finalmente acabe con el mito de la indomable. ¿Cásate conmigo, Mariana? No porque sea tu obligación, no, eso no… Cásate conmigo porque esa es tu elección. —pidió Carlos.

—No será fácil, Carlos. No te será nada fácil y lo sabés. —respondió Mariana, mirando a Carlos directamente a los ojos; está vez, el brillo en su mirada indicaba deseo y aprobación.

—Si quisiera algo fácil, habría ido a otro lugar, Mariana. Y entonces, dilo de una vez por todas, mi amor. ¿Te casas conmigo? —insistió Carlos.

—Sí, sí… Sí, Carlos. Aceptó ser la señora de Uzcátegui. —contestó Mariana finalmente.


Está es mi participación en el concurso de arte y escritura #154, propuesto por la amiga @solperez, para la comunidad Venezolanos Steem. Por acá les dejo el Link del concurso, para aquellos que estén interesados en participar. Invitó a @weisser-rabe y @ty-ty.



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The way the society is, the female almost always has this' expiry date' on them

Gracias por publicar en #VenezolanosSteem
Jeje. Por lo visto, el remedio para la soberbia de Mariana y su negativa para casarse era conseguir a un hombre seguro de sí. Es decir, capaz de rebatir los argumentos de la joven con otros razonemientos más convincentes.

Me encantó leerte. Gracias por estar. Un abrazo.

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Ja, ja, ja... A veces aquellos de carácter fuerte solo ceden ante alguien con un carácter igual de fuerte o más... Difícilmente se dejan llevar ante alguien más dócil.

Así es, jajaja. Gracias por estar, mi amigo.

¡Holaaa amigo!🤗

Los otros pretendientes, no tenían el temple de Mariana y, eso le dio un gran potencial a Carlos. Aunque te digo algo, yo me topo con alguien que tiene el mismo nivel de arrogancia que ambos manejan, y lo dejo hablando solo jajajaja... No soy tolerante a ese tipo de actitudes.

Te deseo mucho éxito en la dinámica... Un fuerte abrazo💚

Hola amigo, interesante historia, donde la diferencia de edad no fue un impedimento cuando dos seres se atraen, esperemos que al final pueda fluir una bonita relación.
Saludos, te deseo mucho éxito.